La ley de Dios es inmutable en su carácter y, por lo tanto, Cristo se entregó como sacrificio en favor de la humanidad caída, y Adán perdió el Edén y fue puesto a prueba con toda su posteridad. Si la ley de Dios hubiera sido cambiada en uno solo de sus preceptos después de la expulsión de Satanás, él hubiera conseguido en la tierra, después de su caída, aquello que no pudo obtener en el cielo antes de ella. Habría recibido todo lo que había pedido. Pero esto no ocurrió […]. La ley […] permanece inmutable como el trono de Dios, y la salvación de cada alma queda decidida por la obediencia o la desobediencia […].
Jesús, por la ley del amor, llevó nuestros pecados, cargó nuestro castigo, y bebió la copa de la ira de Dios que correspondía al transgresor […]. Jesús llevó la cruz de la abnegación y el sacrificio por amor a nosotros, para que tengamos vida, vida eterna. ¿Llevaremos nosotros la cruz por Jesús?—A Fin de Conocerle, 291 (1896).
LA NATURALEZA SENSIBLE Y AMANTE DE CRISTO
Su vida, desde su comienzo hasta su final, se distinguió por la abnegación y el sacrificio. En la cruz del Calvario, se entregó a sí mismo en beneficio de la humanidad, para que todo el mundo obtuviera salvación si así lo quería. Cristo estaba oculto en Dios, y Dios fue revelado al mundo en el carácter de su Hijo […].
Cada día, en cada acto de su vida, se reflejaba su amor por el mundo perdido. Los que están llenos de su Espíritu trabajarán en la misma forma como trabajó Cristo. En Cristo, la luz y el amor de Dios se manifestaron en la naturaleza humana. Nadie ha tenido una naturaleza tan inocente como la del Santo de Dios, que fue el modelo de lo que la humanidad puede llegar a ser si recibe la naturaleza divina.—The Youth’s Instructor, 16 de agosto de 1894; A Fin de Conocerle, 290.