La charlatanería, el farisaísmo y la alabanza propia abundan; pero estas cosas nunca ganarán almas para Cristo. El amor puro y santificado, el amor como el que se reveló en la obra de Cristo, es un perfume sagrado. Como el vaso de alabastro que quebró María, llena de fragancia toda la casa. La elocuencia, el conocimiento de la verdad, los talentos extraordinarios, mezclados con amor, son todos dones preciosos. Pero la capacidad personal, los talentos más selectos, por sí solos, no pueden ocupar el lugar del amor.—Testimonies for the Church 6:84 (1900).
LA GENEROSIDAD ES UNA PRUEBA DE AMOR
La prueba de nuestro amor está en un espíritu semejante al de Cristo, buena voluntad para impartir las cosas buenas que Dios nos dio, disposición para practicar la abnegación y el sacrificio propio a fin de ayudar en el avance de la causa de Dios y a la humanidad
sufriente. Nunca deberíamos pasar de largo junto al objeto que apela a nuestra generosidad. Revelamos que hemos pasado de muerte a vida cuando actuamos como fieles mayordomos de la gracia de Dios.
Dios nos ha dado sus bienes; nos ha dado la promesa de que si somos fieles en nuestra mayordomía, depositaremos en el cielo tesoros que son imperecederos.—The Review and Herald, 15 de mayo de 1900.
DAR AMOR GENUINO ES UN SIGNO DE DISCIPULADO
Por elevada que sea la profesión de fe, aquel cuyo corazón no está lleno de amor a Dios y a sus semejantes, no es verdadero discípulo de Cristo. Aunque posea una fe grande y tenga poder hasta de realizar milagros, si no tiene amor, su fe no valdrá nada. Podrá manifestar mucha generosidad; pero si el motivo de sus acciones no es el amor genuino, aunque dé todos sus bienes para alimentar a los pobres, no merecerá el favor de Dios. En su celo podrá hasta enfrentar el martirio, pero si no obra por amor, Dios lo considerará un engañado entusiasta o un hipócrita ambicioso.—Los Hechos de los Apóstoles, 262, 263 (1911).