«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?». Jesús le dijo: «No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete»». Mateo 18:21, 22, RV95
TENEMOS DELANTE una gran obra. Hay hombres y mujeres que vagan lejos del redil de Cristo, y habiéndose tornado fríos e indiferentes, y habiendo perdido toda disposición para volver, no correrán tras nosotros. Debemos buscarlos donde están. […] Cuando encontremos a una oveja descarriada, atraigámosla al redil y no la abandonemos hasta que la veamos seguramente guardada allí. […] Salgamos en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Si hay algún punto en el que hemos errado, aunque ella haya cometido cien errores, apartemos del camino lo malo que hicimos y despejémoslo para que vuelva. Tal vez eso haya sido justamente lo que mantenía alejada a un alma. En nuestra humildad, confesemos lo malo que hicimos y posiblemente esto la conmoverá y la inducirá con lágrimas a confesar sus cien errores y a apartarlos del camino. Así se salvará un alma por la que Cristo murió. […]
Podemos decir: «He procurado salvar a este y a aquel, y ellos solamente me han herido, y no voy a tratar de ayudarlos de nuevo». No nos desanimemos si ellos no vuelven en seguida al rebaño. Sigamos saliendo en busca de los semejantes mortales que nos rodean. Cosecharemos si no desmayamos.— Manuscrito 141.
Unámonos. No busquemos pequeños motivos de separación por diferencias de opinión, no permitamos que separen un corazón de otro corazón, sino tratemos de ver cómo podemos amarnos unos a otros como Cristo nos amó. Veamos cómo podemos perdonar a los que nos ofenden, así como queremos que nuestro Padre celestial perdone nuestras faltas. Entonces podremos hacer pedidos definidos; podremos ser osados en Cristo, porque Cristo presenta nuestros pedidos a Dios con las credenciales divinas que son su justicia, y creeremos que Cristo nos oye, que él nos bendice y nos dice: «Yo soy suyo, y él es mío».— Manuscrito 12, 1891, pp. 12, 13.