«Queridos hermanos, debemos amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios». 1 Juan 4:7, DHH
CUANDO EL PRINCIPIO CELESTIAL del amor eterno llene el corazón, sobreabundará y se extenderá a otros, no meramente porque se recibe favores de ellos, sino porque el amor es el principio de la acción y modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, subyuga la enemistad y eleva los afectos. Este amor no se restringe para incluir solamente «a mí y lo mío» sino que es amplio como el mundo y elevado como el cielo. Está en armonía con el amor de los ángeles obreros. Este amor, estimulado en el alma, endulza toda la vida y derrama una influencia refinadora a todo su alrededor. Si lo poseemos, no podemos menos que ser felices, sonría la fortuna o nos vuelva la espalda. Y si amamos a Dios de todo corazón, también debemos amar a sus hijos. Este amor es el Espíritu de Dios. Es el adorno celestial que da verdadera nobleza y dignidad al alma.- The Youth’s Instructor, 23 de diciembre de 1897, p. 402.
Un alma llena del amor de Jesús le presta ánimo, esperanza y serenidad a las palabras, a las maneras y a las miradas. […] Aviva un deseo por una vida mejor; las almas listas para desanimarse son fortalecidas; aquellos que luchan contra la tentación serán fortificados y consolados. Las palabras, la expresión y las maneras arrojan un brillante rayo de sol y dejan tras ellas una senda de luz hacia el cielo. […] Cada uno de nosotros tiene oportunidades para ayudar a otros. Constantemente estamos dejando impresiones en los que nos rodean. La expresión del rostro es en sí misma un espejo de la vida interior. Jesús quiere que lleguemos a ser como él, llenos de tierna compasión, que ejerzamos un ministerio de amor en los pequeños deberes de la vida. […]
Nuestro deber consiste en vivir en la atmósfera del amor de Cristo, en respirar su amor profundamente y en reflejar su calor a nuestro alrededor. ¡Qué esfera de influencia se abre ante nosotros! Cuán cuidadosamente debiéramos cultivar el jardín del alma, para que puedan producir únicamente flores puras, dulces y fragantes. Palabras de amor, de ternura y de caridad santifican nuestra influencia sobre los demás.- Manuscrito 24, 1887, pp. 14, 15.