En el pasaje principal de esta semana, Jesús les dio a sus discípulos un cuadro claro de su relación con ellos. Presta atención a la redacción. El último versículo no dice: «El que permanece en mí y yo en él, puede dar mucho fruto», o «puede elegir dar mucho fruto», o «podría dar mucho fruto». Simplemente dice que esta persona «da mucho fruto». Es decir, es una expresión natural, un resultado natural de permanecer en Cristo y de él permanecer en nosotros.
Permanecer en Cristo mientras creemos que él es quien dice ser nos impulsa a comportarnos de cierta manera. Esto es contrario al legalismo; es vivir una vida de fe.
A veces, la noción de depender de Cristo no produce una buena reacción. Puede generar una reacción natural (aunque pecaminosa) del corazón humano para «alinearse» con los méritos propios, para obtener crédito por todas las buenas acciones y expresiones de amor. Este deseo se puede ver exacerbado por el comentario común de lo muy bien que les va a muchos que ni siquiera conocen a Dios (como leemos en el Salmo 73).
La respuesta a ambas dudas es la misma: la realidad. En realidad, nadie puede cambiar por sus propios medios. Es tan ridículo como tratar de quitarle las manchas a un leopardo o cambiar drásticamente el color de la piel de alguien (ver Jer. 13: 23). En realidad, a nadie se le puede atribuir ninguna de las cosas buenas, bonitas o desinteresadas que hace; todas son simplemente evidencia de que Dios obra en esa persona y a través de ella (ver Efe. 2: 10; Fil. 1: 6; 2: 13). Por lo tanto, se está atribuyendo el mérito de algo de lo que no es realmente responsable.
La manera de cambiar verdaderamente de una forma duradera y cristocéntrica, es aceptando la realidad. Aceptar la realidad de que todos los seres humanos son impotentes por sí mismos para cambiar (ver Jer. 13: 23). Aceptar la realidad de que Dios no solo proporciona la capacidad de cambiar, sino también el deseo de cambiar (Fil. 2: 13). Aceptar la realidad de que Dios cambia los corazones de una manera en que los seres humanos no pueden hacerlo y que, cuando esto ocurre, hace que los corazones dispuestos caminen por las sendas de las buenas obras, la bondad y el amor (ver Eze. 36: 26, 27). Al vivir en esta realidad, al depender, observar y confiar plenamente en Cristo, las personas cambian. Pablo lo resume así: «De la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, vivan ahora en él» (Col. 2: 6, NVI).
Camina en Cristo siempre. Jesús no es como un par de rueditas de entrenamiento de bicicleta. Él no es un cargador de baterías, ni es un ayudante temporal que asiste a alguien en su camino. Jesús es más necesario para la vida física y espiritual (y para el crecimiento, la utilidad, la capacidad y todo lo demás) que el oxígeno mismo. Todos lo necesitamos más que el aire. Caminar con Cristo no es el empujón que necesitamos hacia una vida de autosuficiencia. Él es el viaje, la libertad y la alegría del resto de la vida. Nuestra relación con Cristo es una relación de dependencia y amor eternos.
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Medita de nuevo en Juan 15: 1-17 e identifica dónde está Jesús en el texto.
¿En qué sentido puedes ver reflejado a Jesús en el texto o verlo de una manera distinta?
¿De qué manera la dependencia de la rama del tronco principal muestra las diferentes facetas de tu relación con Cristo?
Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2022. 2do. trimestre 2022 INVERSO Lección 13 «LA FE QUE OBRA» Colaboradores: Estrellita Hernandez y Mayra Cota