«Después se abrió en el cielo el templo de Dios, y el arca de su pacto se podía ver dentro del templo». Apocalipsis 11: 19, NTV
NUESTRO REDENTOR DECLARA:« He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar» (Apoc. 3:8). A través de esta puerta abierta que da al templo de Dios, vemos la ley real, depositada en el arca del pacto. A través de esta puerta abierta la luz brilla desde esa ley santa, justa y buena, presentando a los seres humanos la verdadera norma de justicia, para que no cometan error en la formación de un carácter que cumplirá los requerimientos de Dios. Esa ley condena el pecado, y debemos desecharlo. El orgullo y el egoísmo no pueden encontrar lugar en le carácter sin expulsar a Aquel que fue manso y humilde de corazón.
La ley de Dios es la norma mediante la cual se probará el carácter. Si establecemos una norma que nos convenga e intentamos seguir un criterio de nuestra propia creación, finalmente fracasaremos por completo en nuestro esfuerzo por alcanzar el cielo. […]
La mente debe tributarle obediencia a la ley real de libertad, la ley que el Espíritu de Dios impresiona en el corazón y hace claro al entendimiento. La expulsión del pecado debe ser un acto del alma misma, realizado al poner en ejercicio sus facultades más nobles. La única libertad que puede disfrutar una voluntad finita consiste en estar en armonía con la voluntad de Dios, cumpliendo con las condiciones que hacen del ser humano un participante de la naturaleza divina.- The Review and Herald, 24 de noviembre de 1885.
La ley de Dios dada en el Sinaí es una copia de la mente y la voluntad del Dios infinito. Los santos ángeles la reverencian como sagrada. Sus requisitos perfeccionarán el carácter cristiano y restaurarán al ser humano, mediante Cristo, al estado en que se encontraba antes de la caída. Los pecados prohibidos por la ley nunca podrán encontrar lugar en el cielo.
Fue el amor de Dios a los seres humanos lo que lo indujo a expresar su voluntad en los diez preceptos del Decálogo. […] Dios les dio a los seres humanos en su ley una regla completa para la vida. Si obedecen, vivirán por ello, mediante los méritos de Cristo. Si la transgreden, tienen poder para condenar. La ley envía a los seres humanos a Cristo, y Cristo les señala la ley.- The Review and Herald, 27 de septiembre de 1885.