«Luego Samuel tomó una piedra y lo puso entre Mizpa y Sen, y la llamó Eben-ezer, diciendo: «¡Hasta aquí nos ayudó el SEÑOR!”». 1 Samuel 7: 12, RVA15
LA MENOR BENDICIÓN que recibamos es de más ánimo para nosotros que la lectura de biografías referentes a la fe y la experiencia de notables hombres de Dios. Lo que hemos experimentado nosotros mismos sobre las bendiciones de Dios a través de sus benignas promesas, debemos conservarlo en la memoria y, seamos ricos o pobres, eruditos o ignorantes, debemos contemplar y considerar estas señales del amor de Dios. Cada señal del cuidado, la bondad y la misericordia de Dios debemos grabarla en forma indeleble, como un monumento recordativo en la memoria. Dios quiere que su amor y sus promesas estén escritos en las tablas de la mente. Guardemos las preciadas revelaciones de Dios para que no se pierda ni se empañe ni una sola letra.
Cuando Israel obtuvo victorias especiales después de salir de Egipto, se establecieron monumentos para preservar el recuerdo de esas victorias. Dios le ordenó a Moisés y a Josué que edificaran recordativos. Cuando los israelitas ganaron una victoria especial sobre los filisteos, Samuel levantó una piedra conmemorativa y la llamó Eben-ezer, y dijo: «Hasta aquí nos ayudó Jehová». […]
En virtud del pasado, contemplemos las nuevas dificultades y las múltiples perplejidades, aun las aflicciones, las privaciones y las desgracias sin desmayar, sino mirando hacia el pasado y diciendo: «Hasta aquí nos ayudó Jehová. Encomendaré la protección de mi ser a Aquel que es un fiel Creador. Él cuidará lo que le he confiado en el día difícil».— Manuscrito 22, 1889, p. 6
Fijémonos en los hitos conmemorativos de lo que Dios ha hecho para confortarnos y salvarnos de la mano del destructor. Tengamos siempre presentes todas las tiernas misericordias que Dios nos ha mostrado, las lágrimas que ha enjugado, las penas que ha quitado, las ansiedades que ha alejado, los temores que ha disipado, las necesidades que ha suplido, las bendiciones que ha derramado. Fortalezcámonos para todo lo que nos aguarda en el resto de nuestro peregrinaje.— El comino a Cristo, cap. 13, p. 186.