Santiago inicia este capítulo recomendando a los lectores que no busquen convertirse en maestros. En aquel entonces (y a veces todavía en la actualidad), ser maestro era sinónimo de prestigio y una posición envidiable. Tal autoridad otorgaba un aire de poder e importancia. Los maestros eran admirados, tenidos en alta estima, y sus palabras podían tomarse, sin filtro alguno, directamente al corazón. Esta última característica fue la que impulsó a Santiago a llamar a las personas a evitar esforzarse por escalar hacia una posición de maestro, ya que ser maestro conlleva una responsabilidad enorme que a veces se pasa por alto. Parte de esa responsabilidad es estar sujetos a ser «juzgados con más severidad» (Sant. 3: 1) en cuanto a las palabras que se usan, ya que las palabras tienen aún más poder cuando se posee una mayor influencia. Ser maestro, especialmente maestro espiritual, no es algo que se debe buscar por razones mundanas o de poder, sino algo que solo debe perseguirse por el llamado de Dios y con su fuerza.
Unos versículos más adelante, Santiago comienza a poetizar sobre los peligros de la lengua, llamándola un «mundo de maldad» que «contamina a toda la persona» y «está encendida por el infierno mismo» (vers. 6). Parece hacer hincapié en que las palabras hacen más de lo que parecen y, por lo tanto, la lengua tiene más poder de lo que creemos. Se han usado las palabras para lograr quitarle la vida a personas justas (ver 1 Rey. 21: 1-16), para desanimar a todo un grupo de personas de seguir en la obra de Dios (ver Neh. 6: 5-9, 19) e incluso para negar una relación con Jesús (Luc. 22: 54-62).
Frases como «No fue lo que quise decir» o «Era broma» son comunes luego de expresiones fuertes o poco cristianas, pero no pueden deshacer el daño causado por las palabras (aunque, por supuesto, las disculpas son sumamente importantes después de tales expresiones). No hay nada que pueda realmente deshacer el efecto causado por lo que uno dijo.
Palabras que ni siquiera se han usado con la intención de ofender pueden, sin embargo, afectar profundamente a una persona. Por ejemplo, cuando David mató a Goliat y lo recibieron en el círculo íntimo del rey Saúl, David y Saúl escucharon una canción que las mujeres cantaban en celebración: «Mil hombres mató Saúl, y diez mil mató David» (1 Sam. 18: 7). Esta comparación originó el resentimiento y el odio de Saúl hacia David (vers. 8). Más tarde, en dos ocasiones distintas cuando David buscaba refugio para protegerse de naciones extranjeras (y enemigas), los siervos de estos reyes extranjeros usaron estas mismas palabras para explicar por qué no se podía confiar en David: ¿No habían escuchado la canción? ¿No sabían quién era David? (ver 1 Sam. 21: 11; 29: 5). En base a estas muy conocidas historias, así como en las enseñanzas de Jesús, Santiago invita a sus oyentes a no subestimar el poder de las palabras y su efecto a largo alcance (ya sea bueno o malo).
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Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2022. 2do. trimestre 2022 INVERSO Lección 6 «LA PARTE MÁS PELIGROSA DEL CUERPO» Colaboradores: Israel Esparza & Mayra Cota