Desde el comienzo del capítulo 4, Santiago no se guarda nada; dice que las batallas y los pleitos se deben a nuestra tendencia y nuestro impulso a satisfacer nuestras pasiones (placeres). No se nos dice cuáles son estos placeres, pero sí cómo tratamos de obtenerlos: codiciando, matando, envidiando… Incluso los deseos legítimos y sanos pueden convertirse en algo terrible si se persiguen de manera errónea; desear una conexión profunda con otro ser humano es legítimo y un regalo de Dios, pero buscarla acosando a la persona no lo es. El deseo de vivir experiencias poco saludables o totalmente pecaminosas va un paso más allá, y es dañino tanto en el fin como en los medios.
Los métodos mundanos de ganar no funcionan. La lujuria y la codicia generan un deseo enfermizo por algo, mientras que el asesinato y la violencia buscan tomar las cosas por la fuerza, abusando de otras personas. Estas formas de obtener algo apelan al corazón carnal porque dan la apariencia de control y de logro, pero es una simple ilusión.
¿Dónde dejan a Dios cuando buscan ganar de maneras tan perniciosas?, pregunta Santiago. Procurar obtener los placeres de formas tan imprudentes revela una profunda desconfianza en Dios. ¿Por qué no simplemente se las piden? El creyente debe confiar en que él proveerá y dará lo que se necesita. Sin embargo, Dios muchas veces no está en los pensamientos de aquellos que le confiesan lealtad.
A veces la gente ora a Dios pidiendo lo que quiere y no lo consigue. ¿Significa eso que Dios no escuchó la oración? Hay varias razones para la oración sin respuesta, y Santiago nos da una explícitamente: «Piden mal, pues lo quieren para gastarlo en sus placeres» (Sant. 4: 3). Si Dios satisficiera los placeres hedonistas de sus hijos o les permitiera invertir más en cisternas rotas, violaría la ley del amor. ¿Cómo podría él animar a sus hijos a buscar aquello que nunca satisfará, que solo dañará, que solo conducirá a desear más del mismo espejismo? A veces Dios dice «no» porque sabe que decir «sí» solo provocaría daño. Es fácil malinterpretar a Dios cuando buscamos usar la oración como una máquina expendedora o como un tipo de relación transaccional. Orar no es forzar a Dios y someterlo a nuestra voluntad, sino rendirse a su voluntad, aprender a confiar más en él y permitirle que nos cambie.
La humilde entrega de la oración está muy lejos del asesinato y la lujuria que el mundo recomienda para obtener lo que uno quiere. Y nuevamente, Dios siempre parece tener una forma no mundana de hacer todo.
Escríbelo aquí
Regresa al texto que has copiado o parafraseado. Analízalo directamente y reflexiona sobre su contenido con el máximo detenimiento.
Encierra en un círculo las palabras, frases e ideas que se repiten.
Subraya las palabras y frases que consideras más relevantes y que te resultan más significativas.
Utiliza flechas para conectar algunas palabras y frases que se relacionan con otros conceptos similares.
¿A qué parece apuntar lo que marcaste y relacionaste?
Del pasaje clave, selecciona un versículo para memorizarlo.
Escríbelo varias veces con el fin de que te sea más fácil recordarlo.
¿De qué maneras has logrado recientemente las cosas que deseas? ¿En qué se comparan tus métodos con lo que se trató en la lección de hoy?
¿Qué sentido tiene pedirle a Dios algo en oración si el objetivo de la oración no es cambiar lo que Dios piensa? ¿Significa eso que no deberíamos pedir nada? ¿Por qué sí o por qué no?
#Inverso
#RadioJovenAdventista
#MeditacionesDiarias
Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2022. 2do. trimestre 2022 INVERSO Lección 8 «LA IMPORTANCIA DE LO QUE QUIERES» Colaboradores: Estrellita Hernandez y Mayra Cota