«Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio». 2 Timoteo 1:7, RVA15
LA INFLUENCIA DE LA MENTE sobre la mente, un poder tan fuerte para el bien cuando está santificado, es igualmente fuerte para el mal en las manos de los que se oponen a Dios. Satanás usó este poder en su obra de inculcar el mal en la mente de los ángeles, dando la apariencia de buscar el bien del universo. […] Al ser expulsado del cielo, Satanás estableció.su reino en este mundo, y desde entonces se ha esforzado incansablemente para seducir a los seres humanos y apartarlos de su lealtad a Dios. Usa el mismo poder que usó en el cielo: la influencia de la mente sobre la mente. Los hombres llegan a ser tentadores de sus semejantes. Se acarician los fuertes y corrompidos sentimientos de Satanás, los que ejercen un poder persuasivo y poderoso.— Mente, carácter y personalidad, t. 1, cap. 3, pp. 37, 42.
Se necesita un claro discernimiento espiritual para distinguir entre la paja y el trigo, entre la ciencia de Satanás y la ciencia de la Palabra de verdad. Cristo, el gran Médico, vino a nuestro mundo para dar salud, paz y perfección de carácter a todos aquellos que lo recibieran. Su evangelio no consiste en métodos exteriores y realizaciones, a través de los cuales la ciencia de una obra maligna ha de introducirse como una gran bendición, para que después resulte en una gran maldición.— Ibid., pp. 39, 40.
En el segundo capítulo de Filipenses encontramos la presentación de la verdadera piedad: «Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús» (Fil. 2:5, RVC).— Carta 130, 1901.
Abogar por la ciencia de la cura mental es abrir una puerta a través de la cual Satanás entrará para posesionarse de la mente y el corazón. Satanás controla tanto la mente que se somete para ser controlada por otra, como la mente que ejerce ese control. Quiera Dios ayudarnos a comprender la verdadera ciencia de la edificación en Cristo, nuestro Salvador y Redentor.— Mente, carácter y personalidad, t. 2, cap. 78, p. 350.
Cristo es el más grande de todos los médicos. Es el médico del alma, tanto como del cuerpo. Si él no hubiera venido a este mundo para redimirnos del infernal poder de Satanás, no habríamos tenido esperanza de obtener la vida eterna. […] No induzcamos a los seres humanos a contemplar las mentes que yerran. Digámosles: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29).— Carta 130, 1901.