Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?» Entonces les declararé: «Nunca os conocí. apartaos de mí, hacedores de maldad!» S. Mateo 7:22, 23.
¿Pensaste alguna vez por qué los hombres mencionados en este texto se pierden en el día del ajuste de cuentas? No se pierden porque robaron, mataron o cometieron adulterio; no se pierden por haberse portado mal. Por el contrario, la vida de esos hombres estuvo llena de buenas obras hasta el punto de «expulsar demonios», «profetizar» y «hacer milagros». ¿Te imaginaste alguna vez a alguien perdiéndose luego de hacer cosas tan buenas como ésas? ¿Quiere decir que cuando Jesús vuelva habrá gente que se perderá a pesar de haber hecho cosas semejantes, cumpliendo todo al pie de la letra y sin haberse salido nunca de la línea?
Eso es justamente lo que quiere decirnos el texto de esta mañana. Nadie puede depositar la confianza de su salvación en un buen comportamiento, ni en sus obras «maravillosas» o «prodigiosas».
La respuesta que Jesús dio a esos hombres, «Nunca os conocí», debería hacernos pensar. «Nunca vivieron una vida de comunión conmigo. Estaban en la iglesia, tenían cargos en ella, participaban en sus actividades, pero no pasaban tiempo conmigo en la meditación, la oración y el estudio de mi Palabra. Cuántas veces los vi con el corazón lleno de tristeza corriendo de un lado para el otro, siempre ocupados, siempre atareados con trabajos que tenían que ver con mi obra, pero sin vivir para la obra ni para mí. A veces abrían la Biblia sólo para apagar el grito de la conciencia, y luego salían como locos hacia las actividades del día. A la noche, siempre llegaban cansados y no tenían más tiempo, ni energía para quedar conmigo. Nosotros nunca convivimos. Nunca tuvimos tiempo para conocernos. Son extraños para mí»
—Pero Señor, ¿nuestras obras no cuentan? Mira nuestra vida, no sólo guardamos todos los mandamientos, sino que «profetizamos», «expulsamos demonios», «hicimos milagros»… Eso, ¿no cuenta?
—Contaría, hijos, si todo eso fuese el resultado de una vida de comunión conmigo. ¡Ah!, cómo esperaba que vuestra vida fuese una vida llena de frutos, pero frutos auténticos, frutos del Espíritu y no esos frutos resultantes tan sólo del esfuerzo humano. No, hijos, esos frutos que presentan son para mí como trapos de inmundicia. Ustedes son «hacedores de maldad».
«Nunca os conocí» ¿Y qué en cuanto a ti? ¿Estás separando el tiempo necesario para conocer a Jesús? ¿Estás dispuesto a salir esta mañana llevando a Jesús contigo, manteniéndote unido a él a través de la oración silenciosa y simplemente conservando un himno en el corazón?