Efraín se ha mezclado con los demás pueblos; Efraín es como torta no volteada. Oseas 7:8.
¿Puede haber mayor decepción que una torta bonita por fuera y cruda por dentro? Dios observaba con tristeza a su pueblo y veía que era un pueblo preocupado solamente por cuidar las apariencias. No tenían vida interior. No vivían conectados a la única fuente de poder que es Dios, sino que eran hombres y mujeres desesperadamente preocupados sólo por mostrar buenas obras, conducta correcta que exteriormente despertase elogiosos comentarios.
Años después, Jesús vino a este mundo y los hombres de su tiempo tenían el mismo problema. Esta vez Jesús no los llamó «torta no volteada». Fue más duro, los llamó «sepulcros blanqueados» (S. Mateo 23:27) ¿Qué es un sepulcro blanqueado? Ve al cementerio y observa esos túmulos trabajados artísticamente en mármol blanco. Quedarás maravillado con las fachadas hermosas de los panteones, llenas de flores y de detalles atractivos. Pero lo que no puedes ver es la realidad interior de esos túmulos. Es un espectáculo repugnante, hábilmente disfrazado por la blanca fachada del mármol.
El ser humano, nacido separado de Dios, es especialista en disfrazar. Vinimos al mundo cargando la naturaleza pecaminosa. Esa naturaleza es egoísta, y lo que más le gusta es aparentar. Cuando somos niños no disfrazamos el egoísmo humano. Somos, en cierta manera, auténticos. Si vemos a alguien que no nos cae simpático, lo decimos enseguida, sin rodeos. Si alguien que no nos gusta nos ofrece un caramelo, lo rechazamos sin demora. Si en una rueda de amigos queda el último pedazo de una torta, somos los primeros en querer tomarlo. Pero, a medida que vamos creciendo, aprendemos a esconder nuestros verdaderos sentimientos y a disfrazar nuestras reacciones. En una rueda de amigos puede quedar el último pedazo de una torta y nosotros, aun deseándolo, decimos No. Incluso sonreímos cuando algo nos desagrada. Decimos «Mucho gusto» aunque en el fondo del corazón deseemos no ver nunca más a esa persona.
Todo eso se transfiere, de alguna manera, a la vida espiritual. Casi inconscientemente nos habituamos a hacer del cristianismo un asunto de fachada. En el último mensaje que Dios dio a su iglesia, registrado en la carta a Laodicea, encontramos la misma de Jesús. «Sois tibios», dice él. La tibieza es el resultado del frío y del calor. De alguna manera, la iglesia de los últimos días es una iglesia de dos lados, como Efraín, que tenía un lado cocido y un lado crudo; como los judíos del tiempo de Cristo, que tenían un lado bonito y otro feo. La iglesia de Laodicea tiene un lado caliente y el otro frío. El resultado es la tibieza. Pero Jesús presenta el único remedio: «Que te vistas de vestiduras blancas» (ver Apocalipsis 3:15-18).
Un día, en el Edén, fue sacrificado un cordero y con su piel se resolvió el problema de la desnudez humana. Siglos después, en el Calvario, el Cordero de Dios fue crucificado y con su sacrificio se resolvió el problema de la tibieza. En él, el cristianismo deja de ser una fachada para transformarse en auténtico.