En vuestra unión para toda la vida, vuestros afectos deben contribuir a vuestra felicidad mutua. Cada uno debe velar por la felicidad del otro. Tal es la voluntad de Dios para con vosotros.
Mas aunque debéis confundiros hasta ser uno, ni el uno ni el otro debe perder su individualidad…
El alma que vive para Dios le tributa el mejor de sus afectos.
¿Se dirige la mayor parte de vuestro amor hacia Aquel que murió por vosotros? Si es así, vuestro amor recíproco será conforme al orden celestial.— Joyas de los Testimonios 3:95, 96.