«Y tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban: “¡Hosana al Hijo del rey David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!”» (Mateo 21: 9).
Intenta imaginar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!» Los gritos de entusiasmo de la gente se oían por todas partes. «Unos tendían sus capas por el camino y otros tendían ramas que cortaban de los árboles» (Mateo 21: 8). Era su manera de dar la bienvenida a Jesús, que se acercaba montado en una burra. Todos creían que pronto iba a ser proclamado rey, y que los libraría de la opresión romana. Jesús y sus discípulos se dirigían a Jerusalén para celebrar la Pascua, pero primero se detuvieron en Betfagé. Allí, Jesús les dijo a dos de sus discípulos: «Vayan a la aldea que está enfrente. Allí encontrarán una burra atada, y un burrito con ella. Desátenla y tráiganmelos» (Mateo 21: 2).
Contentos de hacer lo que Jesús les había pedido, los discípulos le llevaron el asna y la cría, y echaron sus capas encima de ellas. Era una costumbre judía que los reyes montaran sobre asnos como símbolo de honor. Por eso los allí presentes recordaron las palabras del profeta Zacarías: «Digan a la ciudad de Sion: “Mira, tu Rey viene a ti, humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de una bestia de carga”» (versículo 5). Cuando Jesús montó en la burra, gritos de triunfo resonaron entre la multitud. La gente estaba entusiasmada y se unieron en procesión hacia Jerusalén. Los que nunca antes habían visto a Jesús se preguntaban quién era. Y la multitud les respondía: «Es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea» (versículos 10-11). «Pero los fariseos se decían unos a otros: “Miren, ¡todo el mundo se va con él!”» (Juan 12: 19). Temerosos de que la multitud lo declarara rey, algunos se acercaron a Jesús y le dijeron: «“Maestro, reprende a tus seguidores”. Pero Jesús les contestó: “Les digo que si estos se callan, las piedras gritarán”» (Lucas 19: 39-40).
A medida que la multitud se acercaba a Jerusalén, Jesús se detuvo. La vista que desde allí tenía del Templo era espectacular: los pilares dorados, el mármol blanco de las paredes, el muro, los rayos del sol alumbrando el edificio… Mientras la gente observaba la escena, Jesús comenzó a llorar. Pero no eran lágrimas de alegría ni de emoción, sino de tristeza, porque Jesús se dio cuenta de que Jerusalén, la esplendorosa ciudad amada, lo iba a rechazar como Salvador. «Si entendieras quién es el único que puede darte paz», dijo Jesús. «Pero ahora eso te está escondido y no puedes verlo. Pues van a venir para ti días malos, en que tus enemigos harán un muro a tu alrededor, y te rodearán y atacarán por todos lados, y te destruirán por completo. Matarán a tus habitantes, y no dejarán en ti ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el momento en que Dios vino a visitarte» (Lucas 19: 42-44). Confundida, la multitud miró a Jesús sin entender por qué su rey estaba tan apesadumbrado en un día tan feliz. No podían ver lo que Jesús sí veía. Al igual que los discípulos, aquella gente también creía que Jesús había llegado para fundar un nuevo reino. Pero Jesús sabía que su reino no era un gobierno terrenal, sino un reino de creyentes: la iglesia. Y la iglesia no es un edificio, sino un conjunto de personas. Está formado por aquellos que creen en Jesús y viven en armonía con sus enseñanzas, sean del país que sean.
Tiempo después, los discípulos recordarían aquel día y entenderían qué era lo que Jesús estaba tratando de enseñarles. Aquella procesión hacia Jerusalén era una muestra más de la sencillez y humildad de Jesús. En vez de pomposas ceremonias, aquella gente le ofreció a Jesús un alabanza de corazón. En vez de costosos regalos, le dieron sus mantos y ramas de árboles, y los tendieron para que caminara por encima. En lugar de ondear la bandera de la realeza, ondearon ramas de palma, símbolo de victoria. Lo recibieron con gritos de «Hosana». Mucha gente a la que Jesús había
sanado de alguna enfermedad —ciegos, leprosos, paralíticos, e incluso Lázaro—, se encontraban entre los presentes. Ese era el reino que Jesús quería fundar. Él acogió a los oprimidos, a los marginados, a los enfermos y agobiados, y les ofreció descanso para sus almas (ver Mateo 11: 28-29). Eso es la iglesia: una comunidad de creyentes que siguen el ejemplo y las enseñanzas de Jesús; un movimiento mundial que camina en las huellas del Maestro y que lleva el evangelio a todas partes.
Lección de Escuela Sabática para MENORES. 1er. Trimestre 2021 <LA GRACIA DE DIOS TRASPASA FRONTERA> Lección 10: «LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS» Colaboradores: Karla González & Antonio Orellana