«Entonces David rogó a Dios por el niño; ayunó David, se retiró y se paso la noclle acostado en tierra» (2 Sanluel 12: 16).
«Vey dile a Ezequías: «Jehová, Dios de tu padre David, dice así:
He oído tu oración y lle visto tus lágrimas;
he aquí que yo añado a tus días quince años'»»
(Isaías 38: 5).
Papá, no quiero hablar con mamá; siempre cuida de gente que se aprovecha de ella —dijo la muchacha.
—Tu madre es una gran mujer; se preocupa por los demás. Impedirle ser quien es sería como decirle que detenga su corazón para que no palpite. Se va a sentir fatal si le quitas esa libertad —respondió su padre.
Después de una semana de no hablar con su madre, la joven soñó que su madre había muerto. «No, Jesús, no estoy lista para que se vaya; ino la dejes morir! Te prometo que nunca volveré a evadir sus llamadas», exclamó. Cayendo a los pies de Dios en el sueño, lloró. «Te prometo que nunca volveré a impedirle que haga lo correcto. Por favor, que esto sea solo un sueño». Y lo era. Nunca antes habían sido contestadas sus oraciones tan rápidamente. Muy temprano en la mañana, su llamada telefónica despertó a su madre.
Tiempo después, su madre fue diagnosticada con cáncer. La joven ayunó y oró para que Dios la sanara. Le pidió al Señor que le permitiera tener una madre de sesenta y cinco años, es decir, quince años más de vida, como se los había dado al rey Ezequías. Sin embargo, solo cuatro meses después de aquel sueño, y después de haber rogado a su madre el perdón, la mamá falleció.
Sin embargo, el sueño de la muerte de su madre siguió rondándole la cabeza. Tres meses después del sueño, su madre se cayó y se rompió el brazo. Los médicos dijeron que tal vez no pudiera utilizar el brazo de nuevo. «Señor, ¿por qué permites que algo así le pase a una persona tan buena?», preguntó. Poco después, la dolorosa experiencia había terminado y su mamá pudo utilizar su brazo de nuevo.
Cuando escuché esta experiencia, me pregunté: ¿Cuánto tiempo tenemos tú y yo para hacer lo correcto con amigos, familia, y con Dios? Cada una debe tomar su decisión en este momento. Alabado sea Dios porque nos da el valor, la fuerza y el tiempo que necesitamos para hacer lo correcto, con los demás y con él, antes de que sea demasiado tarde.