Desde hace años intercambio correos electrónicos con Jennifer, una joven madre soltera de África. Ella me contaba que deseaba mejorar su vida con una buena profesion que le permitiera mantener a sus hijos. A menudo orábamos juntas y, finalmente, pudo entrar a la universidad para cumplir sus sueños de ser maestra algún día.
Jennifer lo organizó todo para que sus hijos fueran a vivir con la abuela durante el curso, de modo que ella pudiera estudiar y trabajar duro para pagarse la matrícula. Pero el año pasado nos contó que estaba corta de fondos para terminar el curso. Como lo que necesitaba no era una suma tan grande, mi esposo y yo pudimos enviarle el dinero. Ella estaba muy agradecida por nuestra ayuda, y esperábamos que fuera capaz de pasar el segundo año por sí misma.
Pero llegó otro correo en el que me decía que necesitaba más ayuda económica para poder tomar sus exámenes. En situaciones normales, mi esposo y yo habríamos podido conseguirle algo, pero habíamos tenido gastos imprevistos y no podíamos. Le explicamos por qué no podíamos ayudarle esa vez. Ella dijo que lo comprendía y que seguiría manteniéndonos en oración para que pudiéramos satisfacer nuestras necesidades. Ella no pensaba solo en sí misma, sino en nosotros también.
Una mañana, mientras mi esposo y yo hablábamos de las necesidades de Jennifer, me sentí motivada a orar para que, si era la voluntad de Dios que le ayudáramos, fuera él quien nos lo dejara muy claro ese mismo día. Por lo general, el correo llega al final de la tarde, pero ese día llegó después de almorzar. Cuando lo revisamos, había dos cheques que no esperábamos. Uno era por una cantidad pequeña, pero el otro era por la cantidad exacta que Jennifer necesitaba para poder presentarse a los exámenes. Mi esposo y yo nos miramos con lágrimas en los ojos. Nos quedamos sin palabras por un momento, y luego estuvimos de acuerdo en que no podía ser más clara la respuesta que Dios había dado a nuestras oraciones. Fuimos al banco tan pronto como pudimos y transferimos el dinero a la cuenta de Jennifer. Su necesidad era mayor que la nuestra.
A pesar de que nosotros no éramos capaces de ayudar a Jennifer, Dios sí lo era. Con él, todo es posible. Con gratitud, lo glorificamos por haber respondido a nuestras oraciones por ella. . . !Y de qué manera!