Satanás induce a las personas a pensar que, porque han experimentado un arrobamiento de los sentimientos, están convertidas. Pero su vida no cambia. Sus actos siguen siendo los mismos que antes. Sus vidas no muestran buen fruto. Oran frecuente y largamente, y se refieren constantemente a los sentimientos que experimentaron en tal o cual ocasión. Pero no viven la nueva vida. Están engañados. Su experiencia no va más allá de los sentimientos. Edifican sobre arena, y cuando soplan vientos adversos, su casa se derrumba.
Muchas pobres almas andan a tientas en las tinieblas, en busca de los sentimientos que otros dicen haber experimentado. Pasan por alto el hecho de que el creyente en Cristo debe obrar su propia salvación con temor y temblor. El pecador convicto tiene algo que hacer. Debe arrepentirse y manifestar verdadera fe. Cuando Cristo habla del nuevo corazón, se refiere a la mente, a la vida, al ser entero. Experimentar un cambio de corazón es apartar los afectos del mundo y fijarlos en Cristo. Tener un nuevo corazón es tener una mente nueva, nuevos propósitos, nuevos motivos. ¿Cuál es la señal de un corazón nuevo? Una vida cambiada. Se produce día tras día, hora tras hora, una muerte del orgullo y el egoísmo.— Mensajes para los Jóvenes, 69, 70.
“La oración no sustituye a la obediencia”
Hay hombres y mujeres que seguirán sus propias inclinaciones, aun frente a las más claras órdenes de Dios y luego se atreverán a orar sobre el asunto pidiéndole a Dios que les permita continuar en dirección contraria a su voluntad. Satanás se acerca a tales personas, tal como lo hizo con Eva en el Edén, y ejerce su influencia sobre ellas. Porque experimentan ciertas emociones, estas personas creen estar teniendo una maravillosa experiencia con Dios. Consejos sobre la Salud, 108.
La comunión con Dios imparte al alma un íntimo conocimiento de su voluntad. Pero muchos de los que profesan la fe, no saben lo que es la verdadera conversión. No han experimentado la comunión con el Padre por medio de Jesucristo, y no han sentido el poder de la gracia divina para santificar el corazón. Orando y pecando, pecando y orando, viven llenos de malicia, engaño, envidia, celos y amor propio. Las oraciones de esta clase son abominación delante de Dios. La verdadera oración requiere las energías del alma y afecta la vida. El que presenta así sus necesidades delante de Dios, siente la vanidad de todo lo demás bajo el cielo.—Testimonios Selectos 3:386, 387.
El cumplimiento de las promesas de Dios es condicional, y la oración no ocupará nunca el lugar del deber. “Si me amáis—dice Cristo—, guardad mis mandamientos”. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquel es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Juan 14:15, 21. Aquellos que presentan sus peticiones ante Dios, invocando su promesa, mientras no cumplen con las condiciones, insultan a Jehová. Invocan el nombre de Cristo como su autoridad para el cumplimiento de la promesa, pero no hacen las cosas que demostrarían fe en Cristo y amor por él.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 109.
La oración es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo. El ojo de la fe ve a Dios muy de cerca. El suplicante puede obtener preciosa evidencia del amor divino y el cuidado hacia él. Pero, ¿por qué tantas oraciones no son jamás contestadas? … El Señor nos da la promesa: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. Jeremías 29:13. Habla también de algunos que “no clamaron a mí con su corazón”. Oseas 7:14. Tales peticiones son oraciones en la forma, de labios afuera, que el Señor no acepta.—En Lugares Celestiales, 73.