Si Acaz y los hombres principales de su reino hubiesen sido fieles siervos del Altísimo, no se habrían amedrentado frente a una alianza tan antinatural como la que se había formado contra ellos. Pero las repetidas transgresiones los habían privado de fuerza. Dominados por el espanto sin nombre que sentían al pensar en los juicios retributivos de un Dios ofendido, “estremeciósele el corazón, y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del monte a causa del viento”. Isaías 7:2. En esta crisis, llegó la palabra del Señor a Isaías para ordenarle que se presentase ante el tembloroso rey y le dijese:
“Guarda, y repósate; no temas, ni se enternezca tu corazón… Por haber acordado maligno consejo contra ti el Siro, con Ephraim y con el hijo de Remalías, diciendo: Vamos contra Judá, y la despertaremos, y la partiremos entre nosotros, y pondremos en medio de ella… rey… el Señor Jehová dice así: No subsistirá, ni será”. El profeta declaró que el reino de Israel y el de Siria acabarían pronto, y concluyó: “Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis”. Vers. 4-7, 9…
Pero prefiriendo apoyarse en el brazo de la carne, procuró la ayuda de los paganos. Desesperado, avisó así a Tiglath-pileser, rey de Asiria: “Yo soy tu siervo y tu hijo: sube, y defiendeme de mano del rey de Siria, y de mano del rey de Israel, que se han levantado contra mí”. 2 Reyes 16:7. La petición iba acompañada por un rico presente sacado de los tesoros del rey y de los alfolíes del templo.
La ayuda pedida fue enviada, y el rey Acaz obtuvo alivio momentáneo, pero ¡cuánto costó a Judá! (Profetas y reyes, pp. 242, 243).
En verano, al mirar a los árboles del bosque lejano, todos arropados con un hermoso manto de verdor, es posible que no podamos distinguir entre los árboles de hojas perennes y las demás especies. Pero cuando se acerca el invierno, y el rey de la escarcha los aprisiona en su helado abrazo, despojando a los otros árboles de su hermoso follaje, las especies de hoja perenne se disciernen con facilidad. Tal ocurrirá con todos los que andan en humildad, desconfiados de sí mismos, pero asiéndose temblorosamente de la mano de Cristo. En tanto que los que confían en sí mismos, y dependen de su propia perfección de carácter, pierden su falso manto de justicia cuando son expuestos a las tormentas de la prueba, los que son verdaderamente justos y con sinceridad aman y temen a Dios, lucen el manto de la justicia de Cristo tanto en la prosperidad como en la adversidad (La edificación del carácter, p. 9).
No se adquieren en un momento el valor, la fortaleza, la fe y la confianza implícita en el poder de Dios para salvarnos. Estas gracias celestiales se adquieren por la experiencia de años. Por una vida de santo esfuerzo y de firme adhesión a lo recto, los hijos de Dios… [sellan] su destino (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 198).