“Si el Señor no construye la casa, de nada sirve que trabajen los constructores». Salmos 127:1
Cuando cumplí trece años, me pasé el día pintando la que sería mi habitación en nuestra nueva casa. Pero mis padres me dijeron que el color les parecía horrible. ¡Demasiado verde! Querian algo azul. Todo un día esforzándome en pintar (hasta me causó dolores musculares) para nada. Así que dejé que mis padres pintaran de nuevo, a su gusto. ¿De qué sirve hacer algo que nadie aprecia? Juré que jamás volvería a esforzarme en un trabajo fisico.
El día que cumplí catorce, tuve edad suficiente para comenzar a trabajar de forma remunerada en mi escuela, pero preferí quedarme en casa celebrando mi cumpleaños. Quería posponer eso del trabajo físico el mayor tiempo posible, y mi cumpleaños era una buena excusa.
Pero al día siguiente, me tocó presentarme como parte del equipo de jardinería de la academia. Tenía que cortar el pasto y desmalezar arbustos. El jefe conducía cómodamente un tractor con techo mientras nosotros empujábamos segadoras bajo un sol abrasador. El hombre paraba a dar indicaciones mientras nosotros llevábamos troncos de un lugar a otro. Aprendí mucho sobre el trabajo duro (específicamente, cómo evitarlo) y tomé más fobias al trabajo físico.
Gracias a lo que podríamos catalogar como una intervención divina, después de solo dos semanas me transfirieron al feliz mundo del trabajo de oficina, Cuando cumplí quince años no le tenía miedo al trabajo. Claro, me refiero a fotocopiar, escribir, enviar faxes, ¡dénmelo a mí! Pero Dios aún no había terminado conmigo. Un día, puso en mi corazón viajar a la República Dominicana como misionero de Maranatha. Yo aún tenía recuerdos poco gratos del trabajo duro al aire libre, pero Dios seguía llamándome a realizar aquel viaje misionero.
Me preguntaba cómo podía Dios pensar que yo era el adecuado si él había visto mi desempeño trabajando ocho horas diarias bajo el sol… Pero Dios es persuasivo, así que recaudé fondos y me sacrifique para pasar dos semanas trabajando en construcción en Dominicana. «¿Será diferente esta vez?». Me pregunté.
Al comienzo del viaje estaba un poco reacio a probar cosas nuevas, pero pronto me ambienté. Durante mi cumpleaños número dieciséis, en Santo Domingo, recogí tierra con una pala, me agaché una y otra vez para recoger rocas, empujé decenas de veces una carretilla llena de bloques de hormigòn, vertí cemento en agujeros… Y fue divertido. ¿Por quéfuedistintoestavez? Porque en vez de hacer algo pensando en mímismo, estabahaciendo algo por los demás.
Tomado de: Lecturas Devocionales de Adolescentes 2021
“NO SE TRATA DE MÍ, SE TRATA DE TI”
Por: Tompaul Wheeler
Colaboradores: Gisela Barbosa & Antonia H