«Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro» (Sal. 103:14).
Mi prima Teresa es la que siempre ameniza los funerales. Sí, ya sé que suena raro pero es que ella trabaja en una funeraria haciendo los arreglos para los servicios fúnebres. Uno de sus trabajos es crear los programas que describen al fallecido y bosquejan el orden del servicio. Así es como hace reír a las personas. No lo hace a propósito, pero a veces escribe mal algunas palabras, y llama la atención de la gente.
Como la vez en que escribió sobre «Johnny, el amigo especial» del difunto; solo que salió como el «amigo espacial». En otro funeral, quiso escribir que, al fallecido, le sobrevivía «Mary, su esposa». Cuando los asistentes al funeral miraron el programa, en realidad mencionaba a «Mary, su espada».
En otro funeral, puso en el programa que el grupo cantaría «Cuando al cielo lleguemos»; solo que, cuando fue impreso, decía: «Cuando al cielo jadeemos». La elección del himno parece un poco extraña, ¿verdad?
¿Se detesta Teresa a sí misma cuando comete estos errores? ¿Maldice al autocorrector de word que la autoengaña? No. Solo se ríe de sí misma y trata de no cometer la misma equivocación dos veces. «Dios es perfecto», dice ella. «Nosotros, no».
El orgullo es lo que hace que nos desanimemos cada vez que cometemos un error. Las personas verdaderamente humildes se aceptan de la misma forma en que Dios lo hace: como humanos imperfectos y débiles. No es que estén felices cuando cometen errores, pero tampoco les sorprende ni les hunde, porque saben de antemano que no son perfectos. Le sacan el mayor provecho a la situación. Si tienen suerte, como Teresa, hasta pueden encontrar la manera de ponerle diversión a las equivocaciones. Kim