«Yo les traeré sanidad y medicina; los curare y les revelare abundancia de paz y de verdad» (Jeremías 33: 6).
Chris Wark tenía veintiséis años cuando le extirparon una tercera parte de su coIon, al ser diagnosticado con cáncer en fase tres. Ante la necesidad de realizar una quimioterapia que no le garantizaba ni una mejoría, ni una supervivencia mayor a los cinco años, decidió hacer un cambio en su estilo de vida. Una dieta de vegetales crudos reemplazó los asados y las hamburguesas. Con hierbas, saunas y ejercicio físico trató de estimular la circulación sanguínea, con el fin de desintoxicarse. Gracias al consumo de suplementos vitamínicos, se fortaleció. Pero fue de la Palabra de Dios, de donde obtuvo las fuerzas necesarias para seguir luchando y, por la gracia de Dios, poco tiempo después, se vio libre de tan implacable enfermedad.
El mundo está lleno de dolor. La raza humana se encuentra cada vez más débil y enferma. El estrés, la contaminación ambiental, los alimentos transgénicos, hacen que la salud se deteriore gradualmente. Si a ello le sumamos los malos hábitos y la predisposición genética, la probabilidad de adquirir una enfermedad aumenta considerablemente. No obstante, no debemos desesperarnos. Cristo desea manifestar su poder sanador hoy, tal como lo hizo cuando caminaba en Galilea. ¿Por qué no reclamamos sus promesas para vernos libres de enfermedad? ¿Por qué no utilizamos los remedios que ha dispuesto para recuperarnos? La esencia del evangelio es la sanidad física, mental y espiritual, y el Salvador quiere que echemos mano de su fuerza. Muchos podemos recuperar la salud, y/o conservarla, si usamos los remedios que Dios ha provisto en la naturaleza para nuestro bien. El agua, el ejercicio físico, el aire puro, una sana alimentación, el sol, la sobriedad, el descanso y la confianza en Dios son los mejores remedios para el restablecimiento y la conservación de la salud.
Sin embargo, aunque todos pueden encontrar alivio en estas medicinas, no todos logran sanarse completamente. El apóstol Pablo, quien había sido instrumento de Dios para sanar a otros, nunca se sanó de algunos males. En sus epístolas, se refiere a su enfermedad como el <<aguijón en la carne», respecto a la cual tres veces rogó al Señor que lo sanara, obteniendo la siguiente respuesta: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad» 2 Corintios 12:9).
Sin duda alguna, Cristo es la fuente de salud y fortaleza. No obstante, sus caminos son insondables y, aunque la sanidad total es un deseo legítimo del creyente, muchas veces debemos bastarnos con la gracia del Señor. Aun así, podemos gloriarnos en las debilidades para que repose sobre nosotros su inefable poder (vers. 10).
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020
«Buena Medicina es el Corazón Alegre»
Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Paty Solares