«Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:12, 13).

Tengo una buena vida, pero de tanto en tanto, noto que algunas personas viven mejor. Como la vez en que, accidentalmente, terminé en un hotel de lujo. Era una mañana fresca de octubre, y noté que el perchero de toallas tenía calefacción. Así que me envolví con una toalla tibia apenas salí de la ducha.

Fue entonces cuando decidí que me gustaría ser rico. Mis toallas siempre estarían tibias. Me gustaría ser como Jackie Onassis, a quien le cambiaban las sábanas de su cama dos veces al día para que siempre se sintieran frescas y limpias, ya fuera que se acostara por la noche o a dormir una siesta.

Puedes pasar a un nivel más elevado de lujo y manejar un Rolls-Royce en el que ponen diminutas luces de fibra óptica en el techo para que, cuando mires hacia arriba, veas las constelaciones del cielo nocturno.

O puedes avanzar a un nivel de lujo aún más elevado, como el de Catherine de’ Medici, que fue reina de Francia. Ella contrató a un hombre cuyo único trabajo era hacer perfumes que le dieran un aroma diferente a cualquier otra mujer.

Y puedes llegar aún más arriba. Se dice que un hombre de la antigua Grecia era tan consentido que no podía dormir en una cama de pétalos de rosa porque le salían ampollas. ¡Imagínate!

Esto simplemente muestra que, sin importar dónde estés en la vida, puedes encontrar a alguien que está mejor que tú. Pablo, que escribió la mayor parte del Nuevo Testamento, experimentó una buena vida, así como una no tan buena cuando estuvo confinado en prisión. Dijo que había aprendido el secreto de contentarse en cualquier situación. Para él, cualquier tipo de vida era buena si Dios estaba con él.

Incluso si la vida no es un lecho de rosas, con la compañía adecuada, es suficientemente buena. Kim