«El rey hará justicia a los pobres del pueblo y salvará a los necesitados; ¡él aplastará a los opresores!» (Sal. 72:4)
Thurgood Marshall tenía un nombre muy serio; pero no se tomaba en serio su vida de estudiante. Siempre se metía en problemas en la primaria. Y el director siempre le daba el mismo castigo. Le decía que fuera al sótano del colegio y memorizara una sección de la Constitución de los Estados Unidos. Thurgood dijo que, cuando dejó la escuela primaria, había memorizado todo el documento, que empezaba con: «Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta…
Resulta que la Constitución terminó siendo una parte muy importante de su vida. Cuando creció, llegó a ser abogado y trabajó a favor de los afroamericanos en una época de mucho prejuicio. Creía que se oponía a la Constitución el hecho de que la gente de raza negra no pudiera ir a los mismos colegios que la de raza blanca. Ayudó a garantizar que los maestros afroamericanos recibieran la misma remuneración económica que los de raza blanca. Argumentó en contra de las leyes que forzaban a los afroamericanos a sentarse en la parte trasera del autobús.
Él dijo: «Un niño nacido de una mujer afroamericana en un estado como Mississippi […] tiene exactamente los mismos derechos que un bebé blanco nacido de la persona más acaudalada de los Estados Unidos. Hoy esto no es cierto, pero desafío a cualquiera a decir que no es un objetivo por el que vale la pena trabajar».
Más adelante, Thurgood fue el primer afroamericano en ser nombrado juez de la Corte Suprema. Allí, su trabajo era interpretar y aplicar la Constitución que había memorizado de niño.
Recordamos hoy a Thurgood como un campeón a favor de la igualdad de derechos. Qué regalo tan valioso para una sociedad que realmente lo necesitaba. Kim