«Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad»(l Juan 1:8, 9 RV95).
“No soy un delincuente», declaró el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, en una conferencia de prensa en 1973. Nunca le habían gustado mucho los periodistas, pero ahora estaban haciendo preguntas molestas sobre un robo en la sede del partido de la oposición.
Cinco hombres habían entrado a las oficinas por la fuerza y durante la noche para pinchar los teléfonos y copiar documentos. Con el paso del tiempo, se hizo evidente que los hombres de mayor confianza del presidente habían ordenado el allanamiento y que el presidente se había corrompido para encubrir el acto. Seguro de que lo culparían de un delito, Nixon renunció a la presidencia de los Estados Unidos menos de un año después de declarar que no era un delincuente.
En realidad no creo que el presidente Nixon se haya considerado a sí mismo un hombre malo. De hecho, pocas personas piensan que son peores que las demás. En el libro Cómo ganar amigos e influir en las personas, de Dale Carnegie, puedes leer la historia de «Two Gun» Crowley. A los dieciocho años, ya era uno de los criminales más peligrosos de la ciudad de Nueva York. Luego de asesinar a un agente de policía, llegó a ser el centro de una persecución policial que le dio captura en un departamento de un quinto piso. Durante dos horas, les disparó a trescientos agentes desde la ventana mientras su novia recargaba las armas.
Luego de ser alcanzado por cuatro balas, garabateó una nota dirigida «A quien corresponda». Su sangre mojaba el papel donde escribió: «Debajo de mi abrigo hay un corazón cansado, pero amable; un corazón que no le haría daño a nadie».
Todos somos pecadores, ya sea que queramos admitirlo o no. Pero la Biblia dice: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad». Solo con el poder purificador de Dios en nuestra vida, cualquiera de nosotros podrá decir honestamente: «No soy un delincuente» Kim