Tenemos confianza en Dios, porque sabemos que si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye. 1 Juan 5:14.
Cuenta una historia que un barco naufragó durante una tormenta y solo dos hombres sobrevivieron porque fueron arrastrados a una isla desierta. En la isla, ninguno de los dos sabía qué hacer, y como ambos eran cristianos, decidieron orar a Dios. Pero para que sus oraciones fueran más eficaces, se separaron, Cada uno se situó en un punto opuesto de la isla y elevaron sus oraciones al Señor de forma independiente.
El primer hombre oró para que Dios les diera alimentos que comer y, a la mañana siguiente, vio cerca de él un árbol con frutas maduras. Alargó el brazo y comió. Después, como se sentía solo, oró por compañía y, a la playa donde estaba, llegó una mujer que también había sido víctima de un naufragio, Finalmente, oró por poder abandonar la isla y, al día siguiente, avistó un barco a la distancia, le hizo señales y lo rescataron. Mientras se alejaba de la isla vio al otro hombre, solo y desmejorado, y pensó; «Está claro que él no es un buen cristiano, pues Dios no parece haber respondido ninguna de sus oraciones».
Y decidió dejarlo abandonado a su suerte.
De pronto, sintió la voz de Dios, que le decía:
—¿Por qué dejaste a tu compañero abandonado en la isla?
—Porque es imposible que sea un buen hombre si tú mismo no has querido contestar sus oraciones. Además, yo no le debo nada a él.
—Estás totalmente equivocado en las dos cosas —le dijo Dios.
—¿De verdad? ¿Qué fue lo que pidió? ¿Y qué es lo que le debo yo para tener que regresar a buscarlo? —quiso saber el hombre.
—Al final de cada oración, él siempre añadía: «Señor, que las oraciones de mi compañero le sean concedidas», Y eso es lo que sucedió; por amor a él, le concedí su oración intercesora por ti.
Dice la Biblia: «La oración eficaz del justo puede mucho» (Sant. 5:16, RV60). Y en sus oraciones, el justo no solo pide por sí misino, sino que incluye a su prójimo, incluso a los que lo ultrajan y persiguen (ver Mat. 5: 44). «Todos formamos parte del gran tejido de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como a nosotros mismos, Nadie ora como es debido si solamente pide bendiciones para sí mismo».