La obra que el Salvador haría en la tierra había sido bosquejada plena y claramente: «Y reposará sobre él el espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y hará el entender diligente en el temor de Jehová». El así ungido vendría «a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos abertura de la cárcel; a promulgar año de la buena voluntad de Jehová, y día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar a Sión a los enlutados, para darles gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar del luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío.de Jehová, para gloria suya». Isaías 11: 2, 3; 61: 1-3 (Los hechos de los apóstoles, p. 182).
[Jesús] reprendió la vanidad manifestada al codiciar el título de rabino o maestro. Declaró que este título no pertenecía a los hombres, sino a Cristo. Los sacerdotes, escribas, gobernantes, expositores y administradores de la ley, eran todos hermanos, hijos de un mismo Padre. Jesús enseñó enfáticamente a la gente que no debía dar a ningún hombre un título de honor que indicase su dominio de la conciencia y en la fe.
Si Cristo estuviese en la tierra hoy rodeado por aquellos que lleve el título de «Reverendo» o «Reverendísimo», ¿no repetiría su aserto: «Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo»?…
[Jesús dijo:] »El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se ensalzare, será humillado; y el que se humillare, será ensalzado». Repetidas veces Cristo había enseñado que la verdadera grandeza se mide por el valor moral. En la estima del cielo, la grandeza de carácter consiste en vivir para el bienestar de nuestros semejantes, en hacer obras de amor y misericordia. Cristo, el Rey de gloria, fue siervo del hombre caído (El Deseado de todas las gentes, p. 565).
[Jesús] dio luego una prueba por la cual podía distinguirse al verdadero maestro del impostor: «El que habla de sí mismo, su propia gloria busca; mas el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero, Y no hoy en él injusticia». El que busca su propia gloria habla tan sólo de sí mismo. El espíritu de exaltación propia delata su origen. Pero Cristo estaba buscando la gloria de Dios. Pronunciaba las palabras de Dios. Tal era la evidencia de su autoridad como maestro de la verdad (El Deseado de todas las gentes, p. 420).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
4to. trimestre 2020 “COMO INTERPRETAR LA BIBLIA”
Lección 8: «EDUCACIÓN Y REDENCIÓN»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez A