El fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración.
1 Pedro 4:7, RV60.
Una vez, escuché a una niña pequeña hacer una oración que me dejó completamente conmovida. Ella estaba pasándolo mal, pues acababa de perder a su bisabuela y se podía ver perfectamente que estaba muy triste y cabizbaja. Sin embargo, le dijo a Jesús de tal manera que yo la oí: «Gracias, Jesús, porque mi abuelita descansó. Ella estaba ya muy cansada. Y aunque a mí me hace mucha falta tenerla conmigo, te doy las gracias porque sé que ella sintió alivio y ahora ya no está sufriendo. Por eso, Jesús, te estoy agradecida con todo mi corazón. Amén». Ufff, ¡¡¡amén!!! Qué ternura y amor hay detrás de estas palabras. Es increíble cómo los niños nos enseñan la sencillez y la verdad que debe haber detrás de todas las cosas.
«Nuestras oraciones deben estar llenas de ternura y amor. Cuando anhelemos sentir de una manera más profunda y más amplia el amor del Salvador, clamaremos a Dios por más sabiduría. Si alguna vez hubo necesidad de oraciones y sermones que conmuevan el alma, es ahora. El fin de todas las cosas está cercano. ¡Ojalá pudiésemos ver como debiéramos la necesidad de buscar de todo corazón al Señor! Entonces lo encontraremos. Quiera Dios enseñar a su pueblo a orar» (La oración, cap. 2, p. 31).
Querida amiga, ¿deseas sentir de una manera más profunda y más amplia el amor del Salvador? Entonces, ora. ¿Sientes la necesidad de que algo te conmueva el alma? Entonces, ora. ¿Crees que el fin se acera? Entonces, ora. ¿Quieres entender realmente el nivel de la necesidad que tenemos de buscar al Señor? Entonces, ora. ¿Quieres encontrar al Señor? Entonces, ora.
Hemos de aprender a orar en todos los sentidos, empezando por comprender la necesidad que realmente tenemos de hacerlo, dados los tiempos en que vivimos y el mundo complicado que hemos heredado; y continuando por la manera de orar: sencilla, con fe, sin estridencias, no buscando las apariencias sino la conexión con el Señor, sin palabrerías y estando totalmente presentes y concentradas.
«Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayudé en el momento que más la necesitemos» (Heb. 4:16, NVI). Y hagámoslo con la ternura y el amor propios de un corazón puro que anhela el bien y confía en Dios. Amén.