«Pero él les dijo: «Yo me alimento de un manjar que ustedes no conocen». Los discípulos comentaban entre sí: «¿Será que alguien le ha traído comida?».Jesús les explicó: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo sus planes. ¿No dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la cosecha? Pues fíjense: los sembrados están ya maduros para la recolección. El que trabaja en la recolección recibe su salario y recoge el fruto con destino a la vida eterna; de esta suerte, se alegran juntos el que siembra y el que hace la recolección»». Juan 4: 32-36, LPH
NUNCA HA HABIDO UN EVANGELISTA como Cristo. Él era la Majestad del cielo, pero se humilló para tomar nuestra naturaleza, a fin de poder encontrarnos ahí donde estamos. A todos, ricos y pobres, libres y siervos, Cristo, el mensajero del pacto, trajo las nuevas de salvación. Su fama de gran Médico se extendió por toda Palestina. Los enfermos acudían a los lugares por donde había de pasar para pedirle que los sanara. Allí también iban muchos ansiosos de oír sus palabras y recibir el toque de su mano. Así iba de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, predicando el evangelio y sanando a los enfermos, Rey de gloria en el humilde atavío de la humanidad.
Asistía a las grandes fiestas anuales de la nación, y a la multitud absorta en los detalles exteriores de la ceremonia le hablaba de las realidades celestiales, mostrándoles lo eterno. A todos les presentaba tesoros de la fuente de sabiduría. Les hablaba en lenguaje tan sencillo que no podían menos que comprenderlo. Por métodos peculiarmente suyos, ayudaba a todos los que se sentían tristes o afligidos. Con ternura y afabilidad, ministraba al alma enferma de pecado, proporcionándole sanidad y fortaleza.— Obreros evangélicos, cap. 6, pp. 44-45.
Consideremos la vida de Cristo. Como cabeza de la humanidad, sirviendo a su Padre, es un ejemplo de lo que todos podemos y debemos ser. Una obediencia como la de Cristo es la que Dios requiere de nosotros hoy en día. Él sirvió a su Padre con amor, voluntaria y libremente. […] Cristo no consideró demasiado grande ningún sacrificio ni demasiado dura ninguna tarea, a fin de cumplir con la misión para la que había venido a la tierra.— Palabras de vida del gran Maestro, cap. 22, p. 228.
Devocional Vespertino Para 2020. «Conocer al Dios Verdadero» «PARA FAMILIARIZARNOS CON EL SERVICIO A DIOS» Por: Elena G. de White Colaboradores: Pilita Mariscal & Martha Gonzalez