«Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad» (Juan 1:14).
«Quiero saber cómo es ser salvaje», dice Charles Foster al comienzo de uno de sus libros. Él estudió a los animales desde su niñez y llegó a ser veterinario. Pero conocer todas la características de un animal no te revela cómo es ser ese animal.
Charles llegó a la conclusión de que la única manera de descubrir cómo es ser salvaje es intentando vivir como una bestia salvaje. Le pidió a un amigo con retroexcavadora que cavara un agujero en el campo. Entonces, él y su hijo de ocho años se mudaron allí, simulando ser tejones en una madriguera. Dormían durante el día y salían de noche, gateando por el pasto como omnívoros de patas cortas. Olían el suelo y aprendieron a distinguir por el olfato los rastros de topillos y ranas, y a ubicarse por el olor particular de distintos árboles.
Los tejones comen mayormente gusanos, así que Charles y su hijo, Tom, comían gusanos, tanto crudos como cocinados. «Cuando te metes un gusano en la boca… este busca filtrarse entre los dientes», escribió Charles. Tom masticó un saltamontes y una vez un ciempiés lo mordió… en la lengua.
Vivieron así por seis semanas, desarrollando sentidos que nunca habrían usado en la vida civilizada. Llegaron a asemejarse más a animales del bosque que quizá cualquier otra persona de Gran Bretaña, pero Charles igual sintió que todavía estaba muy lejos de experimentar lo que significa vivir como un tejón .
Si bien Charles fracasó en su intento de asumir otra naturaleza, hubo Alguien que tuvo éxito en convertirse en una criatura diferente. El hijo de Dios realmente se hizo humano. Él supo lo que era tener hambre y sed, y estar cansado. Probablemente, hasta supo lo mal que uno se siente al tener una gastroenteritis.
Si alguna vez te preguntas si Dios se preocupa por ti, recuerda que bajó a esta tierra e hizo su madriguera al lado de nosotros. Nos amó tanto que llegó a ser nosotro. Kim