«Escuchen, hijos, la corrección de un padre; dispónganse a adquirir inteligencia» (Prov. 4:1).
Hace poco mi padre, que es pastor, tuvo una cirugía por causa de un cáncer. Tuve mucho miedo de perderlo, y me di cuenta de que todavía necesito (y quiero) un padre piadoso. También pensé en todos los buenos consejos que mi padre me ha dado a lo largo de los años. Afortunadamente, parece que lo tendré conmigo para darme más, pero estas son algunas de sus mejores perlas de sabiduría:
Las personas son más importantes que el metal, me aseguró luego de que yo destrozara por completo mi primer auto… y mi segundo auto también.
No vayas por ahí pareciéndote a Jezabel, me dijo cuando me pinté las uñas de los pies de rojo.
La naturaleza es el segundo libro de Dios. Me enseñó esto cuando me llevaba en largas caminatas y me explicaba cuán bellamente Dios había diseñado una naranja, una ardilla y mi pulgar.
Cuida tu salud; si no lo haces, tendrás menos energía cuando seas mayor. Me lo dijo cuando fui a la universidad, y comencé a saltarme comidas y a quedarme toda la noche despierta estudiando.
Paga siempre tus deudas, me enseñó luego de que le pidiera prestado dinero y después me olvidara del tema.
Dios te ha dado talentos para los que encontrará uso en su obra, me aseguró cuando yo no sabía qué carrera estudiar.
Cuando devuelves el diezmo, Dios se ocupa de tus necesidades y te bendice, me dijo cuando recibí mi primer salario.
Lo más importante en este mundo es estar en el reino de Dios. Me ha dicho esto toda mi vida.
¿Qué buenos consejos has recibido de tu padre, tu madre, tus abuelos, profesores, pastores o amigos? Escríbelos para no olvidarlos; y agradéceles por ellos.