«El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados» (Miq. 7:19, RVR).
La multitud se había reunido en el acuario para ver un enorme tiburón. Pero pronto verían algo más horroroso de lo que se podrían haber imaginado.
El tiburón había sido atrapado cerca de Sydney, Australia, en abril de 1935 de una manera extraña. Un pescador llamado Bert Hobson estaba sacando otro tiburón que había atrapado cuando este gigante de una tonelada salió de lo profundo del mar y se tragó al primero. El pescador entonces cazó al gigante.
Hobson presentó este tiburón tigre como una atracción en un acuario que era propiedad de su hermano. Como una semana más tarde, el tiburón comenzó a descontrolarse. Nadaba desesperado de un lado a otro de la piscina. Ante las miradas de los espectadores, ¡el depredador vomitó un brazo humano!
¿Se trataba de los restos de un nadador desafortunado? Llamaron a la policía, que se interesó en las incisiones con cuchillo que había en el brazo. También notaron una soga atada en la muñeca. Esto comenzaba a parecer un caso de asesinato.
Las huellas digitales confirmaron que el brazo pertenecía a Jim Smith, exboxeador y delincuente de poca monta. Su hermano, Edwin Smith, se acercó para identificar un tatuaje que se veía en el brazo. La policía capturó a dos de los cómplices de Smith: un falsificador de cheques y un acaudalado comerciante que dirigía una empresa de construcción de embarcaciones. Las autoridades creían haber descubierto un chantaje que había terminado en homicidio. Los asesinos habían arrojado el brazo de Jim —posiblemente todo el cuerpo— al océano.
Esta historia nos enseña una lección sobre el pecado. Cuando le pides a Dios que perdone tus pecados, la Biblia dice que él los arrojará a lo más profundo del mar, donde ya no volverán a su memoria. Pero, si tratas de esconderlos allí tú mismo, quizá vuelvan para atormentarte. Kim