No se angustien ustedes. Crean en Dios y crean también en mí. Juan 14:1
Margarita se despidió de su hijo José Miguel sin sospechar lo que le tocaría vivir en breve. El joven había decidido irse a vivir a Miami, en los Estados Unidos, para buscar nuevas oportunidades personales y profesionales, Pero lo único que encontró fue un trágico diagnóstico: cáncer en una fase avanzada, La metástasis se había extendido ya por parte de su cuerpo, así que Margarita viajó de Honduras a Miami para cuidar de él, y darle el amor y la fuerza que necesitaba. Su presencia le infundió esperanza y fe en Dios. Lo más importante que hizo ella por él fue orar, ayunar y hablarle del evangelio. José Miguel no era cristiano, pero en la crisis de la enfermedad aceptó a Jesús como su salvador personal. Esto fue un gran consuelo para una madre que depositó su esperanza en Dios.
La lucha que afrontó José Miguel duró ocho meses. Aunque su paso por esta vida fue muy breve, resultó provechoso, porque aceptó a Jesús. Margarita recuerda perfectamente bien ese momento en que partió hacia la funeraria donde veló el cuerpo de su hijo. Desde afuera parece una de tantas historias en las que Dios aparenta estar ausente, pero echando un vistazo de cerca se puede apreciar precisamente todo lo contrario. Cuando Margarita pidió salud para su hijo, este recibió algo mucho más grande: la salvación eterna.
Soy testigo de que Margarita ha recibido lo mejor: la paz de Dios. Lo sé, no solo porque ella me lo ha dicho, sino porque yo misma he podido verlo en su rostro sereno y en esa sonrisa bella que ilumina su cara cuando me cuenta su historia, mientras me corta el cabello. Un halo de luz parece rodearla y no podría describir con palabras la paz que proyectan sus ojos serenos mientras conversa conmigo. Yo también quiero tener esa paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, y que guardará mi corazón y mis pensamientos en Cristo Jesús (ver Fil. 4;7). Esa paz imposible de comprender porque echa fuera la ansiedad natural que deriva de una situación dolorosa.
Querida amiga, por nada estés afanosa, sino sea conocida tu petición delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias; y la paz de Dios guardará tu corazón (ver Fil. 4:6-7); esa paz que proviene de una vida de oración. Es una promesa de las Sagradas Escrituras.