Los jóvenes que salen de su casa y dejan de estar bajo el cuidado vigilante de los padres, hacen hasta cierto punto solos la elección de sus compañeros. Deberían recordar que está sobre ellos la mirada del Padre celestial, y que él ve cada una de sus necesidades, de sus
tentaciones. Siempre se encuentran en las escuelas jóvenes que por su conducta revelan que sus mentes han sido formadas en un molde inferior. La preparación desacertada que han recibido en la niñez no ha desarrollado equilibradamente sus caracteres; y al avanzar
ellos en años, sus defectos han permanecido y echado a perder su experiencia. Estas almas hacen desviar por precepto y ejemplo a los que son débiles en fuerza moral.
El tiempo es oro, queridos jóvenes. No pongáis en peligro vuestras almas cometiendo los excesos de la juventud. No podéis permitiros el ser descuidados en cuanto a los compañeros que escogéis.
Espaciaos en lo que es noble en el carácter de otros, y estos rasgos llegarán a ser para vosotros un poder moral para resistir el mal y escoger el bien. Fijaos un blanco alto. Vuestros padres y maestros, que aman y temen a Dios, podrán seguiros día y noche, con sus oraciones, podrán rogaros y amonestaros, pero todo esto será en vano si escogéis compañeros indiferentes. Si no veis peligro real y pensáis que lo mismo podéis hacer el bien que el mal, según os parezca, no discerniréis que la levadura de impiedad está inficionando y corrompiendo de un modo insidioso vuestra mente.