Cristo fue afligido, insultado y escarnecido; la tentación lo asaltaba por todos lados, y sin embargo no pecó, antes prestó a Dios una obediencia perfecta enteramente satisfactoria. Así quitó para siempre toda apariencia de excusa para desobedecer. Vino a mostrar al hombre cómo obedecer, cómo guardar todos los mandamientos. Se asió del poder divino, y ésta es la única esperanza del pecador. Dio su vida para que el hombre pudiese participar de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. . .
Dios ha dado a los jóvenes talentos para que sean aprovechados para su gloria, pero muchos dedican estos dones a propósitos no santificados. Muchos tienen habilidades que, si fuesen cultivadas, darían una rica cosecha de adquisiciones mentales, morales y físicas.
Pero no se detienen a considerar. No calculan el precio de su conducta. Estimulan una temeridad e insensatez que no quieren escuchar el consejo o la reprensión. Este error es terrible. Los jóvenes serían sobrios, si se percatasen de que la mirada de Dios está sobre ellos, que los ángeles de Dios observan el desarrollo del carácter y pesan el valor moral (Youth’s Instructor, julio 27, 1899).