«¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho? ¿Puede no sentir amor por el niño al que dio a luz? Pero aun si eso fuera posible, yo no los olvidaría a ustedes» (Isa. 49:15, NTV).
¿Alguna vez notaste que tus padres se preocupan mucho? Bueno, te diré un secreto: ellos vivían tan frescos como una lechuga antes de que tú llegaras. La vida era fácil y sin estrés. Un día, se encontraron con un bebé todo arrugadito entre sus brazos, y entraron en pánico. Se dieron cuenta de que casi todo en la casa implicaba riesgo de asfixia para ti. Durante tus primeros años comenzaron a pensar de qué formas podrías poner la mano en las terminales eléctricas, la cocina encendida o el cubo de basura. Y no lo habían notado antes, pero el perro del vecino se veía exactamente como el Pitbull asesino que había salido en las noticias.
Pusieron los productos de limpieza y cualquier otra cosa que pudiera ser venenosa en los estantes más altos, para que no llegaras a alcanzarlos. Y comenzaron a preocuparse por los gérmenes con los que podías infectarte. La otra noche, en un restaurante, el padre de un bebé de ocho meses le preguntó a su esposa: «¿Te acordaste de desinfectar la mesa?».
Aunque ahora eres más grande, aún se preocupan por ti. Les angustia que veas cosas malas en Internet o que te rompas algún hueso haciendo deporte. Y siguen rociando desinfectante de manos en tu dirección porque todavía temen a los gérmenes.
Supongo que ocasionalmente les dices a tus padres que no se preocupen. Pero, si dejaran de hacerlo, sería extraño, ¿verdad? Imagina que dijeran: «¿Así que te vas de viaje con una pandilla de moteros? ¡Que te diviertas! No olvides enviarnos una postal».
Siempre puedes percibir quién te ama observando cuánto se preocupa por tu bienestar. Agradece que tus padres se preocupan por ti; pero, por favor, no les des más motivos para hacerlo. Kim