«Hijo mío, atiende a mis consejos; escucha atentamente lo que digo. No pierdas de vista mis palabras: guárdalas muy dentro de tu corazón. Ellas dan vida a quienes las hallan; son la salud del cuerpo» (Prov. 4:20-22).
Esa noche, Jack Phillips estaba ocupado enviando y recibiendo mensajes. Solo que no lo hacía con un teléfono celular. Lo hacía con un telégrafo Marconi: un enorme conjunto de cables y diales que llenaban la habitación donde él trabajaba. Y en lugar de escribir letras, enviaba señales en código Morse, que viajaban desde el barco de lujo donde él se encontraba hasta todas las demás oficinas de telégrafos en la costa.
La tecnología era diferente, pero aquellos mensajes se parecían a los mensajes afectuosos que enviamos hoy. «Estoy muy bien», fue uno de los que envió para un pasajero. «Buen clima. Barco maravilloso. Lo estoy disfrutando».
«Hola, muchacho. Cenando contigo en espíritu, corazón contigo siempre. Mucho amor, muchacha», decía un mensaje romántico.
Jack se encontraba ahora en Terranova, Canadá, y rápidamente tecleaba mensajes que los pasajeros querían enviar a sus seres queridos que los esperaban para recibirlos. Cada mensaje representaba dinero para la empresa que le daba trabajo. De pronto, lo interrumpió una señal de un barco cercano: «Advertencia de hielo. Tres grandes icebergs a 8 kilómetros en dirección sur». «Está bien… lo tengo», respondió Jack mientras se disponía a enviar otro telegrama de un pasajero. «Llego el miércoles. Viaje inaugural Titanic. Ven a mi encuentro. Vale la pena ver la embarcación».
Nuevamente, Jack fue interrumpido por un mensaje entrante: «Californian a Titanic. Estamos detenidos y rodeados de hielo». Jack estaba molesto. Tenía un montón de mensajes que enviar. «No te metas», envió. «Cállate».
Poco después, el Titanic chocó contra un iceberg, y Jack comenzó a enviar señales de ayuda. Pero el operador de Morse del barco cercano, el Californian, se había ido a dormir y nunca los escuchó.
Si Jack hubiera dejado de enviar mensajes triviales el tiempo suficiente como para entregar la importante advertencia de hielo a su capitán, la tragedia del Titanic podría haberse evitado. Quizás esa es una lección para todos nosotros: no nos concentremos tanto en mandar mensajes con el celular al punto de no tener tiempo para absorber mensajes importantes de la Biblia. Hay textos en ese libro que pueden salvarnos la vida. Kim