Muchos de los jóvenes no tienen un principio fijo para servir a Dios. Se rinden bajo cada nube, y no tienen poder de resistencia. No crecen en gracia. Aparentan guardar los mandamientos de Dios, pero no están sometidos a la ley de Dios, y ciertamente no pueden estarlo. Sus corazones carnales deben cambiar. Deben ver belleza en la santidad: entonces suspirarán por ella como el cervatillo suspira por los manantiales de agua; entonces amarán a Dios y su ley; entonces será liviano el yugo de Cristo y ligera su carga.
Si el Señor ha ordenado vuestros pasos, queridos jóvenes, no debéis esperar que vuestro camino sea siempre de paz y prosperidad exteriores. El camino que lleva al día eterno no es el más fácil de recorrer, y a veces parecerá oscuro y espinoso. Pero tenéis la seguridad de que los brazos eternos de Dios os rodearán para protegeros del mal. El quiere que tengáis ferviente fe en él, y que aprendáis a confiar en él tanto en la sombra como a la luz del sol.