Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Salmo 18: 2
En los días de prosperidad tenemos muchos refugios donde acudir; pero en el día de la adversidad tenemos uno solo», dijo Andrés Bonar. J. Cuan ciertas son estas palabras. Como dijo el sabio Salomón, «las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación» (Prov. 1 1 ¡Cuántos riesgos corren los ricos! Uno de ellos, y no el menos peligroso, es el sentido de seguridad que les procuran sus riquezas. El que tiene dinero siente que está protegido contra muchos de los males del mundo. Hasta el cristiano confía demasiado en sus riquezas. El rico incrédulo blasfema contra Dios. El creyente rico se olvida de Dios con mucha facilidad. Como decía Andrés Bonar, «en los días de prosperidad tenemos, muchos refugios».
Cuando la vida nos sonríe, sentimos confianza en nuestra situación, en nuestras habilidades, en nosotros mismos. Pero cuando nuestro mundo se nos desmorona, si no podemos volvemos a Dios, no tenemos a quién acudir. Un pastor recién llegado a una comunidad agrícola visitó a un joven campesino que nunca asistía a la iglesia. Después de saludarlo a él y a sus familiares, le dijo:
—He venido a invitarlos a los cultos de nuestra iglesia.
—¿La iglesia? ¿Y qué necesito yo de su iglesia? — le dijo el agricultor—. ¡Míreme! Soy fuerte. Tengo salud. No necesito de su iglesia. No necesito de su Dios. Puedo cuidar de mí mismo. Gracias.
Casi un año después, el pastor estaba sentado junto a una cama en ese mismo hogar. Yacía en su lecho, enfermo y desanimado, el joven agricultor que no necesitaba a Dios. Ahora, humilde y contrito, reconocía lo grande que era su necesidad de Dios.
«Nunca, ahora o en la eternidad», dice T. A. Davis, «llegará el momento cuando podamos prescindir de Dios. Ni necesitaríamos hacer esta declaración, pero es una realidad que a menudo conocemos sólo teóricamente, pero que no siempre comprendemos a fondo ni actuamos teniéndola en cuenta».
La vida es dura e incierta. Son tantos los riesgos del vivir que, aunque no hemos de vivir en ascuas y temiendo siempre lo peor, es saludable comprender lo que dijo el apóstol: «Porque, ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece» (Sant 4: 14). Vivamos siempre seguros bajo la protección de su Dios, porque el mundo es incierto y peligroso.
Tomado de: Lecturas Devocionales Familiares 2020 «Siempre Gozosos: Experimentando el amor de Dios» Por: Juan O Perla Colaboradores: Augusto Palacios & Erika de la Cruz