«Les aseguro que si ustedes tienen confianza y no dudan del poder de Dios, todo lo que pidan en sus oraciones sucederá. Hasta podrían hacer lo mismo que yo hice con la higuera, y más todavía. Si le dijeran a esta montaña: «Quítate de aquí y échate en el mar», ella los obedecería». Mateo 21: 21-22, TLA
AQUEL QUE BENDIJO AL NOBLE en Capernaúm siente hoy tantos deseos de bendecimos a nosotros como sintió entonces. Pero como aquel padre afligido, somos con frecuencia inducidos a buscar a Jesús por el deseo de algún beneficio terrenal; y hacemos depender nuestra confianza en su amor de que nos sea otorgado lo pedido. El Salvador anhela damos una bendición mayor que la que solicitamos; y dilata la respuesta a nuestra petición a fin de poder mostramos el mal que hay en nuestro corazón y nuestra profunda necesidad de su gracia. Desea que nos liberemos del egoísmo que nos induce a buscarlo. Confesando nuestra impotencia y aguda necesidad, debemos confiamos completamente a su amor.
El noble quería ver el cumplimiento de su oración antes de creer; pero tuvo que aceptar la afirmación de Jesús de que su petición había sido oída, y que el beneficio le había sido otorgado. También nosotros tenemos que aprender esta lección. Nuestra fe en Cristo no debe basarse en que veamos o sintamos que él nos oye. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él con fe, toda petición alcanza al corazón de Dios. Cuando hemos pedido su bendición, debemos creer que la recibimos y agradecerle que la hemos recibido. Luego debemos atender nuestros deberes, seguros de que la bendición se realizará cuando más la necesitemos. Cuando hayamos aprendido a hacer esto, sabremos que nuestras oraciones son contestadas.— El Deseado de todas las gentes, cap. 20, p. 176.
No confundamos fe con emotividad, porque son algo bien diferente. Nosotros po-demos ejercer la fe. Esta fe debemos mantenerla activa. Confiemos, sí confiemos, haciendo que nuestra fe se apropie de la bendición, y seremos bendecidos. La emotividad no determina la realidad de la fe. Cuando la fe traiga la bendición a nuestros corazones, y sintamos gozo por la bendición, eso ya no es la fe, sino su consecuencia emocional.— Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 156, adaptado.