«Ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados». Hebreos 2: 16-18
EL TENTADOR NUNCA PUEDE obligarnos a hacer lo malo. No puede dominar nuestra a menos que la entreguemos a su dirección. La voluntad debe consentirlo, y abandonar la confianza en Cristo, antes que Satanás pueda ejercer su poder sobre Pero todo deseo pecaminoso que acariciemos le da un punto de apoyo. Todo en que dejamos de alcanzar la norma divina es una puerta abierta por la cual entrar para tentarnos y destruirnos. Y todo fracaso o derrota de nuestra parte ocasión de vituperar a Cristo. […]
Muchas veces, cuando Satanás no logra suscitar la desconfianza, nos induce a la presunción puede hacernos entrar innecesariamente en el camino de la tentación, la victoria es suya. Dios guardará a todos los que anden en la senda de la obediencia el apartarse de ella es aventurarse en terreno de Satanás. Allí, lo más es que caeremos. El Salvador nos ha ordenado: «Velad y orad para que no entréis tentación» (Mat. 26: 41) La meditación y la oración nos impedirán precipitarnos al desorden y al peligro, y así nos ahorraremos muchas derrotas.— El Deseado las gentes, cap. 13, pp. 106-107.
La victoria de Cristo fue tan completa como lo había sido el fracaso de Adán. Así podemos nosotros resistir la tentación y obligar a Satanás a alejarse. Jesús venció por sumisión a Dios y la fe en él, y mediante el apóstol nos dice: «Someteos, pues, a resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Sant. 4: 7).— Ibíd., p. 109.
Ni aun las mayores tentaciones son excusa para pecar. Por intensa que sea la presión ejercida sobre el alma, la transgresión es siempre un acto nuestro.— Patriarcas y cap. 37, p. 395.