«Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios; en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia» 1 Pedro 2: 9-10
A LEER LA PALABRA DE DIOS, vemos con toda claridad que su pueblo ha de ser distinto y diferenciado del mundo incrédulo que lo rodea. Nuestra posición resulta de la máxima trascendencia. Viviendo en los últimos días, qué importante es que imitemos el ejemplo de Cristo y andemos como él anduvo. […]
Las opiniones y la sabiduría humanas no deben guiarnos ni gobernarnos, pues siempre alejan de la cruz. Los siervos de Cristo no tienen aquí su hogar ni su tesoro. Ojalá que todos pudiéramos comprender que solamente porque el Señor reina nos permite morar en paz y seguridad entre nuestros enemigos.
Nuestro propósito no ha de ser conseguir la aceptación del mundo. Debemos consentir en ser pobres y despreciados entre los hombres, hasta que acabe el gran conflicto y se haya conseguido la victoria final. Los miembros de Cristo son llamados a salir y a separarse de la amistad y el espíritu del mundo; su fortaleza y poder consiste en ser elegidos y aceptados por Dios. […]
La misma experiencia de Cristo cuando estuvo en el mundo debe ser la de sus seguidores. «Son herederos de Dios y coherederos con Cristo», y el «reino» y el «dominio» les pertenece (Rom. 8: 17; 1 Cor. 15: 24). El mundo no comprende su carácter ni su sagrada vocación; no percibe su adopción en la familia de Dios. Su unidad y su «comunión», que es «verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (l Juan 1: 3) no son manifiestas, y mientras el mundo contempla su humillación y reproche, no resulta evidente lo que ellos son o lo que llegarán a ser. Ahora son «extranjeros y peregrinos sobre la tierra», «por esto el mundo no [los] conoce, porque no lo conoció a él» (Heb. 11: 13; 1 Juan 3: 1) y no aprecia los motivos que los impulsan a la acción.— Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 258, adaptado.