Mi amigo Craig una vez pateó una pelota de fútbol americano tan alto que golpeó un avión. Sucedió así:
Una tarde, estábamos jugando un partido en el colegio. Craig era el mariscal de campo. De repente, oímos un avión a la distancia. Estábamos en un campo abierto y todos vimos al Cessna 172 girar en nuestra dirección y oímos cómo el motor reducía la velocidad. Reconocimos el avión del Sr. Horton. Él vivía al lado de la escuela, y había reservado una franja de campo como aeropuerto. El Cessna rojo y blanco viró para alinearse con la pista de aterrizaje y flotó sobre nosotros con el motor en reposo.
Era un objetivo tan grande y hermoso que Craig no se pudo resistir. Le pegó a la pelota con todas sus fuerzas y, para asombro de todos, ¡la pelota golpeó el avión! Chocó contra un ala, rebotó en un puntal, y se estrelló contra una ventanilla. Cuando volvió a caer al suelo, nadie la fue a buscar. Todos nos quedamos como helados, en silencio.
El avión aterrizó. Uno pocos minutos después, el Sr. Horton se apareció dando grandes zancadas por el campo de juego. Su rostro estaba sorpresivamente rojo. Les gritó a todos los jugadores que se acercaran para encontrar al culpable. Craig nos dijo a todos que nos quedáramos allí y él se acercó para admitir su culpa.
El Sr. Horton le dijo a Craig en voz muy alta que había hecho algo muy peligroso; que era un inmaduro y un irresponsable. Craig continuó aceptando las palabras duras de un enojado Horton hasta que este se calmó, y todos pudimos volver al partido. Creo que fue bastante osado de parte de Craig patear una pelota tan alto que golpeara aquel avión. Pero admiré aún más su valor al asumir la responsabilidad de lo que había hecho. A veces, es tentador mentir, o permanecer en silencio para evitar tener un problema. Le pelota se elevó mucho esa tarde; pero cuando Craig dijo la verdad, mi respeto por él se elevó aún más que la pelota.Kim
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Tim. 1:7, RV95).