«Hemos venido a decirles que se vuelvan al Dios de la vida, al Creador del cielo, la tierra y el mar, y de todo lo que hay en ellos, y que se aparten de todo esto, que para nada sirve. En el pasado,
Dios permitió que la gente anduviera por sus propios caminos, aunque no dejó de manifestar su poder al enviarnos toda clase de bienes; pues del cielo nos viene la lluvia, que hace fructificar la tierra para nuestro sustento y alegría». Hechos 14: 15-17, RVC
EL PECADO AFECTÓ LA BELLEZA de la tierra, y por todas partes pueden verse los estragos del mal. No obstante, queda aún mucha hermosura. La naturaleza atestigua que un Ser infinito en poder, grande en bondad, misericordia y amor, creó la tierra y la llenó de vida y de alegría. Aunque deteriorada, la naturaleza manifiesta la obra de la mano del gran Artista y Maestro. Por dondequiera que nos volvamos, podemos oír la voz de Dios y ver evidencias de su bondad.
Desde el solemne retumbar del trueno y el bramido incesante del inmenso océano, hasta los alegres cantos que hacen de las selvas un concierto de melodías, los miles de voces de la naturaleza entonan las alabanzas de Dios. Contemplamos su gloria en la tierra, en el mar y en el firmamento, con sus maravillosos matices y colores, que varían en grandioso contraste o se armonizan unos con otros. Los perennes collados nos hablan de su poder. Los árboles que hacen ondear sus verdes enseñas bajo los rayos del sol, y las flores en su delicada belleza, nos señalan al Creador. El vivo verdor que alfombra la tierra nos habla de la solícita protección de Dios por sus criaturas más pequeñas. Las cavernas del mar y las profundidades de la tierra revelan sus tesoros. El que puso las perlas en el océano y la amatista y el crisólito entre las rocas, ama lo be11o.— El ministerio de curación, cap. 35, p. 289.
El Dios del cielo no cesa en su acción. Su poder hace florecer la vegetación, aparecer cada hoja y abrirse cada flor. Cada gota de lluvia o copo de nieve, cada brizna de hierba, cada hoja, flor y arbusto, testifican acerca de Dios. Estas cosas pequeñas que son tan comunes en derredor nuestro enseñan la lección de que […] nada es demasiado insignificante para su atención.— Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 271.