«Habló el ángel y ordenó a los que estaban delante de él: «Quitadle esas vestiduras viles». Y a él dijo: «Mira que he quitado de ti tu pecado y te he hecho vestir de ropas de gala»» (Zac. 3: 4, RV95).
En el capítulo 3 del libro de Zacarías registra una visión que recibió el profeta. En ella es testigo del sacerdocio de Josué y de su intercesión por el pueblo de Dios, que había cometido terribles pecados. Pero hay un personaje más: Satanás, el acusador. Josué aparece en la visión «cubierto de vestiduras viles» (3: 3, RV95). Esas vestiduras viles son, sin duda, un símbolo de la maldad del pecado. Porque «todos nosotros somos como cosa impura, todas nuestras justicias como trapo de inmundicia. Todos nosotros caímos como las hojas y nuestras maldades nos llevaron como el viento» (Isa. 64: 6, RV95).
Satanás tenía razón: el pueblo de Dios había actuado impíamente y aquellas vestiduras contaminadas no eran aptas para presentarse ante Jehová. Y es posible que tenga también razón en las acusaciones que lanza contra nosotras ante el trono de Dios. Pero no podemos olvidar que «el Ángel del Señor» (Zac 3: 1), que es Cristo mismo, dijo: «He quitado de ti tu pecado y te he hecho vestir de ropas de gala» (vers. 4). ¿Cómo sucede esto? Elena G. de White lo aclara: «La iniquidad es transferida al inocente, al puro, al santo Hijo de Dios; y el hombre, del todo indigno, está ante el Señor limpio de toda injusticia y vestido con la justicia que Cristo le atribuye» (A fin de conocerle, 12 de abril).
«El que estaba cubierto de vestimentas viles representa a los que han cometido faltas, pero que se han arrepentido con tal sinceridad, que el Señor, que perdona todos los pecados de que se han arrepentido, quedó satisfecho» (Carta 360, 1906). Esto es lo que Cristo quiere hacer por nosotras. Tú y yo hemos cometido faltas, y él quiere perdonarnos. Quiere quitarnos nuestra: vestiduras viles y sucias por causa de nuestro pecado y ponernos ropas de gala el atuendo idóneo para la solemne ceremonia a la que él nos ha invitado. Pero hay dos pasos previos. Primero: hemos de arrepentirnos. Segundo: hemos de confesar nuestros pecados. Tras estos dos pasos, estamos en buenas mano Cristo se asegura de vestirnos de gala.
¿Qué te parece adquirir el hábito de comenzar cada día pidiendo a Dios perdón por nuestros pecados? De esa manera estaremos todos los días vestidas apropiadamente para esa gran Cena que nos espera.