«A los que me aman, les corresponde; a los que me buscan, me doy a conocer. Conmigo están las riquezas y la honra, la prosperidad y los bienes duraderos».Proverbios 8: 17-18, WI
AUNQUE DIOS NO MORA en templos hechos por manos humanas, honra con su presencia las asambleas de sus hijos. Prometió que cuando se reunieran para buscarlo, y reconocer sus pecados y orar unos por otros, él los acompañaría por medio de su Espíritu. Pero los que se congregan para adorarlo deben desechar toda iniquidad. A menos que lo adoren en espíritu y en verdad, así como en hermosura de santidad, de nada valdrá que se congreguen.— Profetas y reyes, cap. 2, p. 32.
Debemos apartarnos de un sinnúmero de cuestiones que llaman nuestra atención. Hay asuntos que consumen tiempo y despiertan deseos de saber, pero que acaban en la nada. Los más nobles intereses requieren la estricta atención y energía que suelen dedicarse demasiado a menudo a insignificancias […].
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (Mar. 8: 29; Luc. 9: 20, RVC) es la pregunta de mayor trascendencia. ¿Recibo yo a Cristo como mi Salvador personal? A todos los que lo reciben les da «potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1: 12). Cristo reveló a Dios a sus discípulos de tal modo que efectuó en sus corazones una gran transformación, tal como desea hacerlo en nuestros corazones.
Son muchos los que, dedicándose a especulaciones teóricas, han perdido de vista el poder vivo del ejemplo del Salvador. Han perdido de vista a Cristo como el que actúa con humildad y abnegación. Necesitan contemplar a Jesús. Día tras día necesitamos una nueva revelación de su presencia. Hemos de seguir más de cerca su ejemplo de desprendimiento y generoso sacrificio
El conocimiento de Dios y de Jesucristo, expresado en el carácter, es una exaltación por encima de cualquier otra cosa que se estime en el cielo o en la tierra.— El ministerio de curación, cap. 38, p. 328.