«Sabemos, en fin, que el Hijo de Dios ha venido y ha iluminado nuestras mentes para que conozcamos al Verdadero. Y nosotros estamos unidos al Verdadero y a su Hijo Jesucristo, que es Dios verdadero y vida eterna». 1 Juan 5: 20, LPH
DIOS NUNCA NOS EXIGE que creamos sin ofrecemos suficientes evidencias en las cuales basar nuestra fe. Su existencia, su carácter, la veracidad de su Palabra, todo se halla establecido por abundantes testimonios que apelan a nuestra razón. Sin embargo, Dios no ha eliminado toda posibilidad de dudar. Nuestra fe tiene que reposar sobre evidencias, no sobre demostraciones. Quienes quieran dudar tendrán oportunidad de hacerlo, al paso que quienes realmente deseen conocer la verdad encontrarán abundantes evidencias en las que fundamentar su fe.— El camino a Cristo, cap. 12, p. 158.
La Escritura presenta la verdad con tal sencillez y con una adaptación tan perfecta a las necesidades y los anhelos del corazón humano, que ha asombrado y ha atraído intensamente a los espíritus más cultivados. Al mismo tiempo capacita al más humilde y sencillo para discernir el camino de la salvación. No obstante, estas verdades sencillamente formuladas tratan asuntos tan sublimes, de tanta trascendencia, tan infinitamente fuera del alcance de la comprensión humana, que solo podemos aceptarlas porque Dios las ha revelado. Así queda el plan de la redención expuesto delante de nosotros, de modo que cualquiera pueda ver los pasos que es necesario dar para arrepentirse ante Dios y tener fe en nuestro Señor Jesucristo, para salvarse de la manera señalada por Dios. Sin embargo, bajo estas verdades tan, comprensibles existen misterios que son el escondedero de la gloria del Señor, misterios que abruman la mente que los indaga, aunque inspiran fe y reverencia al sincero investigador de la verdad. Cuanto más escudriñamos la Biblia, tanto más se arraiga en nosotros la convicción de que es la Palabra del Dios vivo, y la razón humana se inclina ante la majestuosidad de la revelación divina.— Ibd., pp. 161-162.