«Felices los humildes, porque Dios les dará en herencia la tierra. Felices los que desean de todo corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo. Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos». Mateo 5:5-7, LPH
SI EN LO MÁS PROFUNDO sentimos necesidad, si tenemos «hambre y sed de justicia» (Mat. 5: 6), eso indica que Cristo influyó en nuestro corazón para que le pidamos que haga, por intermedio del Espíritu Santo, lo que nos resulta imposible a nosotros. Si ascendemos un poco más por el sendero de la fe, no necesitamos apagar la sed en riachuelos superficiales, porque tan solo un poco más arriba de nosotros se encuentra el gran manantial de cuyas aguas abundantes podemos beber con toda confianza.
Las palabras de Dios son las fuentes de la vida. Mientras buscamos esas fuentes vivas, el Espíritu Santo nos pondrá en comunión con Cristo. Verdades ya conocidas se presentarán a nuestra mente con nuevo aspecto; ciertos pasajes de las Escrituras revestirán nuevo significado, como iluminados por un relámpago; comprenderemos la relación entre otras verdades y la obra de redención, y sabremos que Cristo nos está guiando, que un Instructor divino está a nuestro lado.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 2, pp. 39-40.
El sentimiento de su indignidad inducirá al corazón a tener «hambre y sed de justicia», y nuestro deseo no quedará frustrado. Los que den lugar a Jesús en su corazón, llegarán a sentir su amor. Todos los que anhelan poseer la semejanza del carácter de Dios quedarán satisfechos. El Espíritu Santo no deja nunca sin su apoyo a nadie que mire a Jesús. Toma de las cosas de Cristo y se las revela. Si la mirada se mantiene fija en Cristo, la obra del Espíritu no cesa hasta que el alma queda conformada a su imagen.— El Deseado de todas las gentes, cap. 31, p. 273.