«Mis ovejas reconocen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy vida eterna, jamás perecerán y nadie podrá arrebatármelas; como no pueden arrebatárselas a mi Padre que, con su soberano poder, me las ha confiado. El Padre y yo somos uno»
Juan 10: 27-30, LPH
COMO SER PERSONAL, Dios se ha revelado en su Hijo. Jesús, el resplandor de la gloria del Padre, y «la imagen misma de su sustancia» (Heb. 1: 3), vino a esta tierra en forma humana. Como Salvador personal, vino al mundo. Como Salvador personal, ascendió al cielo. Como Salvador personal, intercede en los atrios celestiales. Ante el trono de Dios ministra en nuestro favor como «uno semejante al Hijo del hombre» (Apoc. 1: 13).
Como la luz del mundo, veló el esplendor deslumbrante de su divinidad, y vino a vivir como hombre entre los hombres, a fin de que ellos pudieran conocer a su Creador sin ser consumidos. Nadie ha visto jamás a Dios, excepto en la medida en que él se reveló mediante Cristo
«El Padre y yo uno somos» (Juan 10: 30), declaró Cristo […]. Cristo vino para mostrarnos lo que Dios desea que conozcamos. En los cielos, en la tierra, en las anchurosas aguas del océano, vemos la obra de Dios. Todo lo creado testifica acerca de su poder, su sabiduría y su amor. Pero ni de las estrellas, ni del océano, ni de las cataratas podemos aprender lo referente a la personalidad de Dios como se ha revelado en Cristo.
Dios vio que se necesitaba una revelación más clara que la de la naturaleza para presentarnos su personalidad y su carácter. Envió a su Hijo al mundo para revelar, hasta donde podía soportarlo la vista humana, la naturaleza y los atributos del Dios invisible […]
Cristo es el Maestro divino, el Iluminador. Si Dios hubiera considerado que necesitábamos otras revelaciones que las hechas por Cristo y las que hay en la Palabra escrita, las habría dado.— Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 277-278.