«Y el Señor le dijo: «Salfreray quédate de pie ante mi, sobre la montaña». En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto; pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Pero después del fuego se oyó un sonido suave y delicado».
1 Reyes 19: 11-12, DHH
NO FUE MEDIANTE GRANDES manifestaciones del poder divino, sino por «un silbo apacible» (1 Rey. 19: 12), cómo Dios prefirió revelarse a su siervo. Deseaba enseñar a Elías que no es siempre lo que se realiza con gran espectacularidad es lo que tiene más éxito para cumplir su propósito. Mientras Elías aguardaba la revelación del Señor, rugió una tempestad, fulguraron los relámpagos y pasó un fuego devorador; pero Dios no estaba en todo aquello. Luego se oyó una queda vocecita, y el profeta se cubrió la cabeza en la presencia del Señor. Su petulancia quedó acallada; su espíritu, enternecido y subyugado. Entonces se dio cuenta Elías de que una tranquila confianza y el apoyarse firmemente en Dios le proporcionarían siempre ayuda en tiempo de necesidad.— Profetas y reyes, cap. 13, p. 112.
El Creador nos habla mediante sus obras providenciales y a través de la influencia de su Espíritu Santo en nuestra conciencia. En las circunstancias y el ambiente que nos rodea, en los cambios que suceden diariamente en torno nuestro, podemos encontrar valiosas lecciones, si nuestra mente está abierta para captarlas […].
Dios nos habla también en su Palabra. En ella tenemos, de modo más diáfano, la revelación de su carácter, de su trato con las mujeres y los hombres, y de la gran obra de la redención.
En la Biblia se nos presenta la historia de los patriarcas, los profetas y otros santos hombres de la antigüedad .l. Al leer el relato de los maravillosos acontecimientos que se les permitió vivir, la luz, el amor y la bendición que les tocó gozar y todo lo que hicieron por la gracia que les fue concedida; el Espíritu que los inspiró enciende en nosotros el sagrado fuego del entusiasmo, con el deseo de ser como ellos en carácter y de andar con Dios como anduvieron ellos.— El camino a Cristo, cap. 10, pp. 128-129.