«Pregonen su gloria entre las naciones, sus prodigios entre todos los pueblos, porque es grande el Señor, es digno de alabanza, y más admirable que todos los dioses. Todos los dioses paganos son nada, pero el Señor ha hecho los cielos. Gloria y esplendor hay en él, poder y alegría en su morada».
1 Crónicas 16: 24-27, LPH
EL SOL QUE SALE EN EL HORIZONTE es representante de Aquel que es vida y luz de todo lo que hizo. Todo el brillo y la belleza que adornan la tierra e iluminan los cielos, hablan de Dios […]. Todo nos hablan de su tierna protección paternal y de su deseo de hacer felices a sus hijos. El gran poder que obra en toda la naturaleza, y que todo sustenta, no es, como muchos científicos han dicho, un mero principio que todo lo penetra, una energía siempre activa. Dios es Espíritu; y sin embargo es un ser personal, pues así se ha revelado.
«Pero el Señor es el Dios verdadero, el Dios viviente, el Rey eterno Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra desaparecerán de la tierra y de debajo del cielo» (Jer. 10: 10-11, NVI).
La obra de la mano de Dios en la naturaleza no es Dios mismo en la naturaleza. Todo en la naturaleza expresión del carácter y poder de Dios; pero no debemos considerar que la naturaleza sea Dios. La destreza artística de los seres humanos produce obras muy hermosas por cierto, que deleitan nuestros ojos y nos revelan algo del pensamiento de su autor; pero las cosas hechas no son el que las hizo. No es la obra, sino el artífice, el que es considerado digno de honor. Así también, aunque la naturaleza es expresión del pensamiento de Dios, no debemos ensalzar a la naturaleza, sino al Dios de la naturaleza […]
En la creación de la tierra, Dios no debió nada a la materia preexistente […] Todas las cosas, materiales o espirituales, surgieron ante el Señor Jehová cuando él habló, y fueron creadas por su propio designio.—El ministerio de curación, cap. 35, pp. 289-291